Conversé
con un grupo de jóvenes esta semana y les hablé de educación para la autonomía.
En la conversación me acordé mucho de Humberto Maturana cuando dice que uno
puede hacerse responsable de lo que dice, no de lo que otros escuchan.
Uno de
esos jóvenes enarbolaba la bandera de la libertad y sin embargo, estaba tan
encadenado a sus creencias que no se daba cuenta que era esclavo de ellas.
Usaba un mapa tradicional para interpretar el territorio. Creía en el orden y
las jerarquías, en verdades históricas y confiaba tanto en sus ideas que las
había endiosado. Se sentía superior e intentaba imponer sus visiones con
vehemencia. Me hizo acordarme de mi, cuando era mucho más joven. Yo tampoco
escuchaba y sólo maduré dolorosamente con los golpes de la vida.
A ese
joven traté de insinuarle que la libertad no se compra. Que los problemas de la
educación no se solucionan con dinero y que la dignidad docente no se recupera
aumentando el sueldo a los profesores. La educación tradicional, si bien nos
entrega autonomía para ganarnos la vida y disciplina para obedecer al jefe y
respetar las reglas, es apenas un escalón hacia la libertad. Quedarnos en ese
nivel de desarrollo nos condena a la esclavitud.
Otro de
los jóvenes presentes, creía en la eficiencia. Fiel al paradigma moderno,
postulaba que la educación debe enseñar a emprender con creatividad e innovación.
Sostenía los profesores que no demostraran aprendizajes medibles en sus
estudiantes debían dedicarse a otra cosa. Que la educación necesitaba
profesores de calidad y solo así mejorarían nuestros resultados en las pruebas
internacionales. Que debíamos atraer a los mejores a la docencia ofreciendo
incentivos concretos. Profesores eficientes producirían estudiantes
emprendedores, capaces de generar progreso. Yo también pasé por esa etapa,
pensé para mis adentros.
A ese
joven, intenté explicarle que la educación de calidad no se puede medir. Que
los problemas educativos no se solucionan con eficiencia. Si hacemos más
eficiente un mal sistema, sólo lograremos empeorar la situación. La educación
para el progreso, que impulsa a la superación a través de la competencia,
aunque nos da autonomía para generar ingresos, es apenas otro escalón hacia la
libertad. Quedarnos en ese nivel nos condena a la eterna acumulación.
El más joven,
escuchaba con cierta displicencia. No compartía la idea de una educación
enfocada en el orden, la disciplina y los valores, propia de sus abuelos;
tampoco la idea de una educación orientada al progreso permanente que
propugnaban sus padres. Más bien creía que la educación debía enseñarte a ser
feliz. Sostenía que una buena educación se “sentía” en el ambiente académico y
como buen representante del postmodernismo, suponía que debía ser personalizada
y enfocada en el aprendizaje del alumno.
A este muchacho,
quise insinuarle que iba en la dirección correcta sin ponerlo en aprietos con
sus amigos, aunque aclarándole que la felicidad no es un proyecto individual
sino colectivo. Conformarnos con alcanzar nuestra felicidad, sin sensibilidad
por lo que ocurre a nuestro alrededor nos condena a una vida hedonista e
irresponsable. Este también era un escalón adicional hacia la libertad.
libertad y responsabilidad van unidas... |
A todos
ellos pretendí proponerles una educación dinámica, en etapas progresivas,
respetuosas del aprendizaje previo y orientada a aumentar gradualmente la
autonomía y la libertad de sus estudiantes. Una educación que transmitiera
valores universales para garantizar la convivencia respetuosa y que
posteriormente se concentrara en impulsarnos hacia la permanente superación.
Luego, que nos enseñara a trabajar en equipo para contribuir juntos al progreso
del ser humano y finalmente nos permitiera encontrarle el sentido a nuestras
vidas con una mirada holística y conciencia planetaria. Una educación
multi-paradigmática, que siguiera la dirección de expansión de conciencia de la
humanidad. Una educación que apuntara hacia la libertad, pero que nos
demostrara que con cada grado adicional de libertad que alcanzamos, aumenta
nuestra responsabilidad. Aunque sé lo que dije, no puedo saber lo que ellos
escucharon.
Me gustaría que en esa
conversación hubiesen cuestionado algunas de sus certezas y que ahora considerasen
la posibilidad de que libertad y responsabilidad sean dos caras de la misma
moneda.
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