Los políticos de todas las tendencias han postulado que la educación
es una herramienta de movilidad social. En eso, también, se han equivocado. El "también", no es inocente. Dedicarse a la política sin alcanzar una madurez
intelectual y un desarrollo personal profundo, es el “pecado original” de
muchos de los actuales servidores públicos.
Pero volvamos a la educación.
Asignarle a la actual educación, la
responsabilidad de disminuir la desigualdad, es como mínimo, un error grosero.
Es, en mi opinión, una falsa promesa.
Permítanme explicar: la educación que
tenemos, no fue diseñada para la movilidad social, sino justamente para lo
contrario: fue diseñada para la obediencia.
La educación industrializada, efectivamente ha cumplido con éxito (al
menos por un par de siglos) su objetivo de diseño: formar ciudadanos obedientes
para incorporarse productivamente a su sociedad. Básicamente, empleados
competentes. En épocas de crecimiento económico, sólo aquellos que han sabido
emprender con éxito, lograron modificar el tejido social de nuestra sociedad.
Pero los empleados, salvo honrosas excepciones, conservan el nivel social de
sus padres aunque tengan mejores condiciones de vida. Por lo tanto, no debemos
cegarnos frente al hecho de que es justamente la educación, la institución
encargada de conservar el status quo de la estructura social. El actual sistema
educativo mantiene o aumenta las diferencias sociales.
Las pruebas estandarizadas lo demuestran. Estas pruebas en realidad,
miden el capital cultural de los estudiantes y ese capital está correlacionado
con el nivel socio-económico.
No nos puede extrañar entonces, que
la educación tradicional esté siendo cuestionada globalmente. Tampoco debe
sorprender que los países culturalmente más desarrollados tengan mejores
resultados. Simplemente confirman nuestra hipótesis.
Lamentablemente, la “falsa promesa”
de los políticos fue aceptada por muchos que se han educado con gran esfuerzo
(intelectual y financiero). Incluso por los profesores que pensaron que serían
agentes de cambio y que terminaron frustrados y desprestigiados. La enorme
desilusión se manifestó con fuerza en las calles. Fue detonada por los
estudiantes, pero apoyada por una frustrada mayoría que se sintió desilusionada
por el engaño. La fuerza del movimiento estudiantil consistió en desenmascarar
la mentira de una educación que supuestamente nivelaría la cancha.
Repito, la educación actual no ayuda
a la movilidad social. El problema es que la misma educación, aunque sea
reformada, tampoco lo hará.
Por eso, sostenemos que la reforma
educacional fracasará irremediablemente en su intento de nivelar la cancha, si
sigue inyectando recursos a un sistema esencialmente conservador.
Por el bien de Chile, todos debemos
hacer esfuerzos para que nuestro país tenga una educación de calidad, diseñada
para la equidad. A diferencia de lo que está pensando el ejecutivo, hay que
partir por diseñar una educación que genere oportunidades para todos y que
premie al mérito individual reconociendo la influencia del medio ambiente
cultural. Una educación que comienza desde la concepción. Partir por ejemplo,
educando a los jóvenes vulnerables que serán padres para dotarlos del capital
cultural y el apoyo que necesitan para mejorar las posibilidades de sus hijos. Una
educación que reconozca que la dinámica del desarrollo humano depende de las
condiciones de vida. Más que entregar conocimientos-hoy plenamente
accesibles-hay que desarrollar cultura. Esta es la educación de calidad que se
merece nuestro país. Una educación justa, donde el educando es la familia.
Donde el verdadero educador es la cultura de convivencia que construye colectivamente
una sociedad verdaderamente solidaria.
Este es el cambio paradigmático que
proponen los “maestros vivos”, aquellos pocos sabios que tiene la humanidad.
Una educación que produzca personas respetuosas (de lo que son, de los demás,
de la naturaleza y de la historia). Una educación para la convivencia
armoniosa. Porque en ese aspecto, estamos fracasando miserablemente.
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