El Diario Financiero me solicitó que profundizara sobre algunos de los puntos de mi artículo: "Alguien tiene que decirlo". Comparto con ustedes lo que publicaron este viernes 25 de julio:
Las dificultades que enfrenta la reforma educacional se deben, entre otras cosas, a que nadie se atreve a decir algunas verdades incómodas: en primer lugar, tenemos que decirles a los estudiantes que agradecemos que hayan manifestado su disconformidad con la educación. Los adultos somos ciegos a nuestras premisas y mantuvimos la educación que recibimos porque no vimos los profundos cambios que experimentó el mundo. Alguien debía despertarnos y nuestros jóvenes lo hicieron. Gracias por ello.
Pero también debemos decirles que su propia educación es el proyecto más importante que tienen en esta etapa de la vida. Que la educación de calidad requiere de estudiantes que hagan su trabajo: estudiar, esforzarse por aprender y perseverar para desarrollar su pleno potencial. No existe aprendizaje sin voluntad de aprender e interés en progresar; no hay educación gratis en el sentido de que el estudiante debe trabajar para educarse. Si buscan educación gratuita, no la conseguirán sin esfuerzo continuo.
Las tomas de colegios y sus consecuencias, como la pérdida de clases, destrozos, intolerancia y la fuerza como mecanismo para plantear puntos de vista, tampoco apuntan en dirección a la equidad, sino todo lo contrario. Boicoteando a la educación pública están dañando a la juventud más vulnerable del país. Si bien creemos que detrás de su inquietud hay una buena causa, no quisiéramos descubrir que una vez aceptado el punto, la principal motivación para la continuación de las tomas sea la flojera de muchos y la ambición política de pocos.
Decirles a los padres que la educación de sus hijos no se puede comprar ni delegar. A sus hijos les heredarán mucho más que lo genético, una cultura familiar que será determinante para el éxito académico de sus hijos. Cada minuto que dediquen a alimentar su curiosidad, a responder sus inquietudes y ayudarlos a comprender, es tremendamente rentable.
La escuela es un complemento de la formación que sus hijos reciben en casa y sus resultados académicos dependen -en buena medida- de los valores, creencias, hábitos de exploración y métodos de solución de problemas que desarrollan desde su primera infancia. En el hogar familiar se incuba el carácter. Aunque no nos guste, algunas veces hay que atreverse a poner límites a nuestros hijos. La calidad educacional comienza en casa.
Decirle a los profesores que la formación que recibieron no es adecuada para enseñar a los jóvenes de hoy. En la era de la información, el rol del profesor cambió. Hoy se necesita un formador de carácter que oriente al aprendizaje personal. Las competencias requeridas en el siglo XXI no fueron previstas por la educación tradicional. Nos equivocamos manteniendo un modelo educativo industrializado, estandarizado y des-humanizado. Es necesario recuperar la dignidad de la profesión docente, convirtiendo al profesor en un maestro del desarrollo humano, en el principal socio de los padres para conducir al estudiante al pleno potencial. Si los profesores lograron mantener la vocación sirviendo en el sistema actual, entonces tienen la materia prima para transformarse en maestros. Pero si fueron derrotados por la frustración entonces, al menos, se merecen una nueva oportunidad. No hay peor condena para los estudiantes que tener un profesor sin esperanza. A los últimos, tendremos que ofrecerles una salida honrosa. A los primeros, una nueva formación pedagógica.
La reforma educacional es un trabajo de hormigas, colectivo y muy duro, donde todos tenemos que contribuir...
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Pero también debemos decirles que su propia educación es el proyecto más importante que tienen en esta etapa de la vida. Que la educación de calidad requiere de estudiantes que hagan su trabajo: estudiar, esforzarse por aprender y perseverar para desarrollar su pleno potencial. No existe aprendizaje sin voluntad de aprender e interés en progresar; no hay educación gratis en el sentido de que el estudiante debe trabajar para educarse. Si buscan educación gratuita, no la conseguirán sin esfuerzo continuo.
Las tomas de colegios y sus consecuencias, como la pérdida de clases, destrozos, intolerancia y la fuerza como mecanismo para plantear puntos de vista, tampoco apuntan en dirección a la equidad, sino todo lo contrario. Boicoteando a la educación pública están dañando a la juventud más vulnerable del país. Si bien creemos que detrás de su inquietud hay una buena causa, no quisiéramos descubrir que una vez aceptado el punto, la principal motivación para la continuación de las tomas sea la flojera de muchos y la ambición política de pocos.
Decirles a los padres que la educación de sus hijos no se puede comprar ni delegar. A sus hijos les heredarán mucho más que lo genético, una cultura familiar que será determinante para el éxito académico de sus hijos. Cada minuto que dediquen a alimentar su curiosidad, a responder sus inquietudes y ayudarlos a comprender, es tremendamente rentable.
La escuela es un complemento de la formación que sus hijos reciben en casa y sus resultados académicos dependen -en buena medida- de los valores, creencias, hábitos de exploración y métodos de solución de problemas que desarrollan desde su primera infancia. En el hogar familiar se incuba el carácter. Aunque no nos guste, algunas veces hay que atreverse a poner límites a nuestros hijos. La calidad educacional comienza en casa.
Decirle a los profesores que la formación que recibieron no es adecuada para enseñar a los jóvenes de hoy. En la era de la información, el rol del profesor cambió. Hoy se necesita un formador de carácter que oriente al aprendizaje personal. Las competencias requeridas en el siglo XXI no fueron previstas por la educación tradicional. Nos equivocamos manteniendo un modelo educativo industrializado, estandarizado y des-humanizado. Es necesario recuperar la dignidad de la profesión docente, convirtiendo al profesor en un maestro del desarrollo humano, en el principal socio de los padres para conducir al estudiante al pleno potencial. Si los profesores lograron mantener la vocación sirviendo en el sistema actual, entonces tienen la materia prima para transformarse en maestros. Pero si fueron derrotados por la frustración entonces, al menos, se merecen una nueva oportunidad. No hay peor condena para los estudiantes que tener un profesor sin esperanza. A los últimos, tendremos que ofrecerles una salida honrosa. A los primeros, una nueva formación pedagógica.