Los profesores
debemos comprender que enseñar y aprender son procesos completamente distintos.
Enseñar nace
desde el altruismo, de la generosidad de quien tiene conocimientos y desea
compartirlos. Enseñar equivale a entregar parte de la información que tiene el
maestro, al discípulo, para prepararlo para un trabajo determinado. Enseñar
implica conocer al discípulo-sus debilidades y fortalezas-y nutrirlo con
conocimientos que le permitan desarrollar todo su potencial. Enseñar es tener fe en el futuro. Enseñar es
una noble tarea. La enseñanza es hija de
la solidaridad.
Pero, y aquí
está el meollo del problema, no se puede enseñar a quien no desea aprender. No
hay enseñanza sin aprendizaje.
Aprender nace
desde la curiosidad innata del ser humano, de las preguntas que no podemos
contestar y que deseamos saber. Aprender equivale a buscar respuestas, a
explorar, investigar y encontrar explicaciones que nos convenzan. Nuestra
necesidad de comprender el mundo que nos rodea, alimenta una actitud de
aprendizaje permanente. Aprender es producto de cierta inconformidad con lo que
sabemos y de nuestro deseo de desarrollar nuestro verdadero potencial. El
aprendizaje es hijo de la ambición.
Ni la enseñanza
ni el aprendizaje parecen ser procesos industriales. Mas bien, parecen ser
actitudes inherentemente humanas, que dependen directamente de las emociones
que generan. Hay satisfacción altruista en el enseñar y satisfacción egoísta en
el aprender. Ambas son motivaciones que impulsan al ser humano.
En consecuencia,
haber reducido la educación a un proceso de ensamblaje de conocimientos,
fragmentado, estandarizado constituye un error que necesitamos corregir. ¡Hay que humanizar la educación!
¿Puede haber
Aprendizaje sin Enseñanza?
Efectivamente,
se puede aprender sin ayuda. Pero el aprendizaje sería ineficiente, inconexo,
incoherente y disperso. La enseñanza debe ordenar, administrar y guiar la
búsqueda de respuestas del estudiante.
Es esta la orientación correcta que debemos dar a la enseñanza. Debemos
colaborar para que el estudiante sea eficiente en su aprendizaje.
sus palabras resultan una dulce y alentadora motivación para avanzar hacia la excelencia, no solo del docente que quiere enseñar sino del dicente que anhela el conocimiento, el éxito que cree encontrar y consolidad con la frase: Me gradué...!!!
ResponderEliminarMUY BUENO ,,, EXCELENTE explicacion
ResponderEliminarMuy acertadas, solo hay algo en lo que no estoy segura estar de acuerdo. ¿El aprendizaje debe ser meramente un "acto egoísta"? ¿Qué pasa si aprendo para entender y poder enseñar, o si aprendo para servir?
ResponderEliminarGracias por la contribución, saludos.
Gracias por tu inquietud, Olivia. En mi opinión, aprender es un proceso inevitable de la vida. No solo es necesario, sino que además es propio de la naturaleza humana. Ahora, la sensación de satisfacción que se experimenta al adquirir conocimientos, produce crecimiento personal y por eso, la califico de egoísta, sin pretender calificarla de "mala". En cambio, la satisfacción que se experimenta al entregar conocimientos, debiera generar crecimiento en otros y por eso, la califico de altruista, sin intentar decir que es "buena" per se. Creo que toda acción humana tiene una cierta dosis de egoísmo y otra de altruismo (son dos caras de la misma moneda) y me parece que hay que mantener un equilibrio sano entre estas dos motivaciones. Reconozco que el riesgo del exceso de egoísmo es mucho más alto en el aprender que en el enseñar. Supongo que enseñar es un privilegio que tempera nuestro egoísmo, teniendo en cuenta que no se puede enseñar, sin aprender. En todo caso, tienes razón al comentar que la intención detrás de nuestro comportamiento es lo que, en última instancia, debe juzgarse como egoísta o altruista.
ResponderEliminarNota: Es curioso que uno de los personajes principales -el más inquisitivo– del libro que acabo de publicar (entrada destacada), también se llama Olivia.
¿Azar o sincronía?