Aunque no queramos aceptarlo, Chile es un país donde la discriminación reina. Aunque la discriminación se disfrace con elegantes ropajes, seguirá siendo injusta e irrespetuosa. Una vieja fea que se pasea altiva y desdeñante por los pasillos de los poderosos, sin que nadie la salude. Todos la conocen, nadie la reconoce.
En tiempos pasados se discriminaba por raza. Juzgábamos a los demás por el color de la piel o el color de pelo o el color de los ojos. Nuestros pueblos originarios no fueron tratados dignamente. Nuestra historia está plagada de ejemplos de una discriminación brutal de los descendientes de inmigrantes europeos que se consideraban aristócratas. Y así acabamos con muchas etnias y tribus que vivían en la américa precolombina. Aun tenemos grandes problemas en la Araucanía y los Pascuenses pretenden independizarse. No hemos aprendido a convivir.
También se discriminaba por religión. Aquellos que no comparten nuestras creencias, son considerados diferentes e inferiores espiritualmente. En un país esencialmente cristiano, profesar otra religión sigue siendo un pecado mortal. Y en la educación nacional, muchos colegios religiosos ahondan la sensación de separación y de superioridad moral. Los exámenes de admisión, escondían subrepticiamente las diferentes pruebas de blancura, exigidas a sus alumnos. Tampoco hemos aprendido a respetar diferentes credos religiosos.
Para qué hablar de la discriminación por género. Obvia en la sociedad actual. Tanto que el gobierno ha pretendido equilibrar la cancha para las mujeres, artificialmente. Exigiendo cuotas de participación. Mejor hubiese sido potenciar los colegios colegios mixtos, haciendo que la convivencia entre hombres y mujeres sea normal desde la tierna infancia. Reconocemos que los hombres y mujeres procesan la información con estrategias diferentes. Pero son complementarias. Lo que es innegable es que vivimos juntos y los colegios deben ir más allá del aprendizaje. Deben enseñarnos a convivir en armonía. La discriminación por género es fomentada en los proyectos educacionales excluyentes.
Hay otras discriminaciones muy vivas en nuestra sociedad: se discrimina al discapacitado y al campesino. Y también al delincuente, pretendiendo aislarlo. No fomentamos la inclusión.
Para qué hablar de la discriminación por género. Obvia en la sociedad actual. Tanto que el gobierno ha pretendido equilibrar la cancha para las mujeres, artificialmente. Exigiendo cuotas de participación. Mejor hubiese sido potenciar los colegios colegios mixtos, haciendo que la convivencia entre hombres y mujeres sea normal desde la tierna infancia. Reconocemos que los hombres y mujeres procesan la información con estrategias diferentes. Pero son complementarias. Lo que es innegable es que vivimos juntos y los colegios deben ir más allá del aprendizaje. Deben enseñarnos a convivir en armonía. La discriminación por género es fomentada en los proyectos educacionales excluyentes.
Hay otras discriminaciones muy vivas en nuestra sociedad: se discrimina al discapacitado y al campesino. Y también al delincuente, pretendiendo aislarlo. No fomentamos la inclusión.
En estos tiempos, se reconoce la injusticia de la tan extendida discriminación por la preferencia sexual de las personas. Está de moda celebrar al que sale del closet, como si fuese un gran éxito. En público muchos esconden la condena y toleran, esa es la palabra correcta, apenas toleran la diversidad sexual. Son demasiados los hipócritas que por dentro enjuician severamente a quien es diferente. Ahora, este gobierno mediante una serie de normas y leyes, quiere aparentar que somos abiertos y tolerantes y que no discriminamos. Pero ese cáncer está demasiado extendido como para extirparlo mediante decretos.
Todas esas formas de discriminación aun existen y perduran porque nunca hemos educado para fomentar la diversidad. Todo lo contrario. Este es un país de clubes sociales. Y el que no pertenece al club, no puede acceder a los beneficios de la red. Es tan profunda la discriminación, que incluso discriminamos a las nanas y a los profesores. A los que educan a nuestros hijos. Son trabajadores que no pertenecen al club. ¿Como podemos educar para la diversidad si menospreciamos a los educadores?¿Qué aprenden nuestros hijos de ese tipo de actitudes?
La discriminación chilena va más allá. También discrimina por afinidad política. Este mismo gobierno es un gran culpable de esa, la peor discriminación que existe. Hoy, cuando estamos llenos de inmigrantes que viene a nuestro país buscando justicia social, ellos, los extranjeros recién llegados, se encuentran de frente con esta discriminación moderna. La discriminación ideológica. Esa es la discriminación que está ahogando a nuestra sociedad. Es invisible para muchos. Creen que nadie la percibe. Pero se engañan...
Darle preferencia a uno sobre otro más capaz, solo porque comparte nuestras ideas políticas es una forma de discriminación mucho más deleznable que la discriminación tradicional. Y en los últimos años, en este país, esa profunda discriminación ideológica que impera en la sociedad, ha desvalorizado la función política y ha infectado a las instituciones más prestigiosas, transformándolas en clubes ideológicos, que ondean estandartes para perpetuar una forma de pensamiento. Hemos construido una institucionalidad incestuosa, incapaz de generar innovación o creatividad.
En este país, nadie puede pensar fuera de la caja. El pensamiento independiente es condenado incluso antes de su concepción. Nos obligan a abortar las ideas diferentes. Por eso seremos estériles en el desafío de la economía de la creatividad. Peor aún, ahora que se aproximan las elecciones, los candidatos a la presidencia nos están invitando a incorporarnos a su club. Solo tenemos que votar por ellos. Enarbolar sus ideas. No perciben el peligro de enjuiciar al que piensa diferente. Luego se extrañan de que la mayoría no quiera votar. En el siglo XXI las ideas se enriquecen con aportes desde la diversidad.
Las ideas no son propiedad de algún club exclusivo. Son patrimonio de la humanidad. Son producto de un proceso histórico. Y nuestra responsabilidad es enriquecerlas.
Las ideas no son propiedad de algún club exclusivo. Son patrimonio de la humanidad. Son producto de un proceso histórico. Y nuestra responsabilidad es enriquecerlas.
Hubiese querido ver a algún candidato aceptando y enriqueciendo las propuestas de sus contendores. Hubiese querido ver debates constructivos para pensar el país que queremos para nuestros hijos y nietos. Hubiese pensado votar por aquel que mirase al futuro con los anteojos de la diversidad. Integrando las buenas ideas, vengan de donde vengan, para ser presidente de todos los chilenos. No del club que lleva la barra más numerosa a las urnas.
Reconozco que pequé de ingenuo. En un país que discrimina, aquel que cambia de opinión, que escucha para comprender, que evoluciona, que aprende y que apoya las buenas ideas de otros clubes, es peligroso y sabe a traidor. Aquí ya no hay políticos que tengan estatura de estadista. Que puedan mirar por sobre la cordillera y diseñar a un país verdaderamente global. Chile está conectado al mundo y para tener éxito, los chilenos debemos conectar nuestras mentes, imaginando colectivamente una sociedad más integrada, respetuosa y justa. Una sociedad que nos enorgullezca.
Sin fomentar la educación para la diversidad, Chile seguirá discriminando, seguirá dividido en grupos ideológicos e irremediablemente se quedará atrás. El siglo XXI está repleto de oportunidades para los países respetuosos de las diferencias, para las culturas inclusivas y para las sociedades heterogéneas. Ojalá dejemos atrás la discriminación con una educación inclusiva.
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