Cuando comprendí el mecanismo evolutivo que propuso Darwin, la selección natural, me pregunté por el sentido de la vejez. Desde el punto de vista darwiniano, nuestra vida no tendría sentido después de terminado el periodo reproductivo, pensaba entonces. La vejez parecia una anomalía evolutiva.
Afortunadamente para los adultos mayores, la propuesta darwiniana se concentraba exclusivamente en la dimensión biológica de la evolución, obviando la dimensión cultural. Hoy, quienes conocemos la mirada de Maturana, sostenemos que la evolución es un proceso biológico-cultural. Para nosotros, la vejez no sólo tiene sentido, sino que es fundamental para la sustentabilidad de la especie.
La evolución tiene una dimensión epi-genética. Nuestra adaptación a los cambios depende de nuestras creencias, de nuestra cultura. Lo que sobrevive no es nuestra herencia genética sino especialmente nuestra herencia cultural.
Durante la vejez humana, cuando las pasiones han sido aplacadas, las necesidades priorizadas y nuestra sabiduría acrecentada por los múltiples aprendizajes, tenemos una perspectiva más profunda del propósito que tiene la aventura humana. Incluso somos capaces de cuestionar si existe ese propósito. Nuestro ego también ha aprendido algunas lecciones de humildad. Esa condición nos permite contribuir a profundizar nuestra cultura y por tanto ayuda a nuestra especie a adaptarse mejor a los cambios. Los viejos mantienen conversaciones que se transforman en un linaje cultural muy valioso. Los ancianos poseen una visión más amplia de la tarea colectiva que tiene la vida.
Nuestra vejez es la etapa más valiosa de nuestras vidas. Es el momento en que nuestros intereses egoístas se transforman en semillas de conocimiento para que las futuras generaciones tengan mejores perspectivas. Es nuestro legado a nuestros descendientes. Es el momento en que damos cuenta del resultado que tuvo nuestra vida. Es un periodo apto para filosofar.
La vejez nos hace más humanos, más conscientes de nuestra fragilidad. Cuestiona las certezas con que hemos vivido. Nos acerca al final y a la importancia del amor. La vejez es una época que permite la reflexión y la transmisión de preguntas que permitan dirigir el experimento humano hacia un futuro promisorio. Sin la sabiduría de nuestros ancianos, nos habríamos extinguido hace tiempo. La vejez expandida que nos regala la ciencia y la tecnología, es una oportunidad que no podemos desechar.
Menospreciar la madurez y el aporte de los abuelos, es una de las principales causas de la crisis sistemica en que nos encontramos. Que el Ministerio de Educación se atreva a proponer la eliminación del ramo de filosofía, solo demuestra cuán perdidas estas nuestras autoridades en cuanto al rumbo que debe seguir la reforma educacional. La reflexión profunda cambia la arquitectura neuronal del cerebro y potencia la mente humana. La capacidad de reflexionar ha sido sin duda una ventaja evolutiva para el homo sapiens. Perderla pone en peligro la continuidad de nuestro linaje.
Nuestra educación debe enseñar a pensar y a volver a pensar cada vez con mayor conciencia, pero rescatando la sabiduría de las generaciones anteriores. Pensamiento recurrente sustentado en experiencias históricas. ¡Solo así, la deriva humana tendrá futuro!
¡Educar para expandir la conciencia, ese es el desafío! Y eso solo se puede lograr si invitamos a nuestros jóvenes a reflexionar con nuestros viejos. Que nuestras generaciones jóvenes se enriquezcan con las experiencias ya vividas. Prepararlos para que no tropiecen con la misma piedra.
Hacer del ser humano una especie más humilde, más responsable, más empática y más sabia, es tarea de los más experimentados.
en mi modesta opinión ,todo lo leído ha quedado obsoleto
ResponderEliminarEs muy posible. La obsolescencia es la característica más nítida de los tiempos que vivimos.
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