Tercera lección: Admirar a los seres humanos es necesario para ser feliz
Hemos aceptado nuestra responsabilidad para ser felices. Aceptamos vivir la vida fluyendo, sin oponer resistencia. Y también hemos decidido concentrarnos en los aspectos positivos de los otros. Pero no basta con apreciar a los demás. Por supuesto que estar rodeado de personas que queremos nos hace sentir bien. Son personas que conocemos y que apreciamos por su historia y características. También sabemos que querer a las personas, a todas, no es fácil. Reconociendo la dificultad de acostumbrarse a distinguir las cualidades en las personas, es tan potente el efecto que tiene el ver con gusto a los demás, que esa actitud se puede reforzar con otro desafío.
Hay algo adicional en esas personas que nos haría mucho mejor. Son únicos, humanos originales e irrepetibles. Son tan especiales, que aparte de las cualidades que tienen y que ya hemos distinguido, tienen algo que podemos admirar. En ese conjunto de cualidades y producto de su historia y circunstancias, todos los seres humanos son dignos de admiración, porque son los mejores en algo. Puede que ni ellos mismos lo sepan. De hecho, es probable que ni siquiera lo sospechen, pero tan sólo saber que en cualquier otro se esconde un campeón mundial, cambia nuestra mirada.
Todos son importantes. Y debiéramos hacérselos saber. Comentarle a los demás aquello que encontramos admirable en ellos, los sorprenderá, pero también los enorgullecerá. A todos nos gusta que se reconozcan nuestros méritos. Y saberse genuinamente admirado por algo, sólo puede ser superado por saberse genuinamente admirador de nuestros congéneres. ¡Vivimos rodeados de seres admirables! ¡Cada persona es un milagro! Tomarse en serio este hecho es transformador.
"La vida de cada hombre es un cuento de hadas, escrito por Dios", señaló Hans Christian Andersen.
Juzgar a los demás, es soberbia. Como también lo es, pretender ayudar a los demás. No podemos juzgar o ayudar a nadie, porque vivimos en mundos diferentes. Nos engañamos con la ilusión de que compartimos el mismo territorio. No es así. Nuestro mundo, nuestra historia y lo que experimentamos como nuestra realidad, es coherente solo con nosotros. Al vivir, ambos nos hemos ido transformando mutuamente y así como nuestra biología cambia en todo instante, también así, nuestro mundo cambia continuamente., en un juego co-evolutivo permanente.
Tomar conciencia de que somos organismos diferentes, nos resulta perfectamente natural. Tener conciencia de que vivimos en mundos distintos, es contra-intuitivo. Pero comprenderlo, es transformador. Nos permite hacernos plenamente responsables del mundo en que vivimos, pero nos quita cualquier responsabilidad sobre los mundos de los demás. Es un acto de profunda humildad que pone a prueba nuestras creencias más intuitivas. Y también un descubrimiento sanador.
Cada persona es un milagro, digno de toda nuestra admiración.
Te propongo un ejercicio... elige a una persona sencilla. Alguien que tengas cerca, pero con quien no convives ni conversas habitualmente. Alguien a quien puedes percibir como otro y que en tu opinión, podría desaparecer de tu mundo sin que cambie nada.
Decide ver a esa persona, distinguirla de la muchedumbre social y comienza a construirle una identidad para ti. Acércate y conversa con ella. Intenta conocer su historia e identificar sus creencias más profundas. Pregunta cómo se formaron esas certezas y trata de entender su cosmovisión. Hazlo con cuidado y consideración. Estás entrando a un territorio sagrado. Estás comenzando a ver su mundo. Continúa estrechando la relación, constantemente. Sus palabras, sus recuerdos, sus historias y sus anécdotas son piezas de ese mundo. Cuando tengas suficiente información, podrás armar el puzzle y ver su identidad en una imagen más nítida. Lo comprenderás mejor. Y como ya vimos, lo apreciarás por ser como es. Cuando se genere ese sentimiento de respeto y aprendas a quererla, comprenderás que vas por buen camino. Habrás cumplido con la segunda lección.
La siguiente etapa es enfocarse en aquellas cualidades que lo hacen diferente. Encontrar lo especial que es. Puedes buscar pistas en su familia y en sus ancestros. Desde allí hereda no solo características biológicas, sino culturales. Identifica sus talentos. Pídele que los exprese e intenta determinar el lugar donde esos talentos pueden germinar. Encuentra la "buena tierra" para esa persona. O, como diría Ken Robinson, el lugar donde esa persona estaría en su propio elemento. Llévalo allí y observa su comportamineto. Lo verás florecer, desplegar su extraordinario potencial y se agigantará ante tus propios ojos. Poco a poco, se convertirá en un "gigante" para ti. Y asi, aprenderás a admirarlo.
Este video te impresionará: https://youtu.be/36m1o-tM05g
Juzgar a los demás, es soberbia. Como también lo es, pretender ayudar a los demás. No podemos juzgar o ayudar a nadie, porque vivimos en mundos diferentes. Nos engañamos con la ilusión de que compartimos el mismo territorio. No es así. Nuestro mundo, nuestra historia y lo que experimentamos como nuestra realidad, es coherente solo con nosotros. Al vivir, ambos nos hemos ido transformando mutuamente y así como nuestra biología cambia en todo instante, también así, nuestro mundo cambia continuamente., en un juego co-evolutivo permanente.
Tomar conciencia de que somos organismos diferentes, nos resulta perfectamente natural. Tener conciencia de que vivimos en mundos distintos, es contra-intuitivo. Pero comprenderlo, es transformador. Nos permite hacernos plenamente responsables del mundo en que vivimos, pero nos quita cualquier responsabilidad sobre los mundos de los demás. Es un acto de profunda humildad que pone a prueba nuestras creencias más intuitivas. Y también un descubrimiento sanador.
Cada persona es un milagro, digno de toda nuestra admiración.
Te propongo un ejercicio... elige a una persona sencilla. Alguien que tengas cerca, pero con quien no convives ni conversas habitualmente. Alguien a quien puedes percibir como otro y que en tu opinión, podría desaparecer de tu mundo sin que cambie nada.
Decide ver a esa persona, distinguirla de la muchedumbre social y comienza a construirle una identidad para ti. Acércate y conversa con ella. Intenta conocer su historia e identificar sus creencias más profundas. Pregunta cómo se formaron esas certezas y trata de entender su cosmovisión. Hazlo con cuidado y consideración. Estás entrando a un territorio sagrado. Estás comenzando a ver su mundo. Continúa estrechando la relación, constantemente. Sus palabras, sus recuerdos, sus historias y sus anécdotas son piezas de ese mundo. Cuando tengas suficiente información, podrás armar el puzzle y ver su identidad en una imagen más nítida. Lo comprenderás mejor. Y como ya vimos, lo apreciarás por ser como es. Cuando se genere ese sentimiento de respeto y aprendas a quererla, comprenderás que vas por buen camino. Habrás cumplido con la segunda lección.
La siguiente etapa es enfocarse en aquellas cualidades que lo hacen diferente. Encontrar lo especial que es. Puedes buscar pistas en su familia y en sus ancestros. Desde allí hereda no solo características biológicas, sino culturales. Identifica sus talentos. Pídele que los exprese e intenta determinar el lugar donde esos talentos pueden germinar. Encuentra la "buena tierra" para esa persona. O, como diría Ken Robinson, el lugar donde esa persona estaría en su propio elemento. Llévalo allí y observa su comportamineto. Lo verás florecer, desplegar su extraordinario potencial y se agigantará ante tus propios ojos. Poco a poco, se convertirá en un "gigante" para ti. Y asi, aprenderás a admirarlo.
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