La
humanidad está enfrentando una profunda crisis de carácter sistémico. Prueba
contundente de que nuestra cultura, no ha evolucionado a la par con nuestro
progreso científico-tecnológico. Necesitamos madurar como especie. Necesitamos
urgentemente, expandir nuestra conciencia.
Esta
es la tarea fundamental de la educación: generar un proceso individual de
expansión de conciencia para actualizar la forma en que interpretamos la
realidad, en función de los recientes descubrimientos de la ciencia y
progresivamente construir una cultura que integre armónicamente nuestra
exquisita diversidad.
Cada
uno de nosotros construye un “mapa” único en función de nuestra historia y
experiencias. Vemos la realidad a través de nuestros propios anteojos. Todos
únicos e irrepetibles.
Nuestras
diferentes perspectivas, valiosas desde el punto de vista de la multiplicidad
de posibilidades, generan problemas cuando se trata de ponernos de acuerdo,
puesto que se basan en premisas distintas. No lograremos estructurar una
sociedad que nos permita vivir en armonía, a menos que logremos comprender como
se construyen y lo que representan nuestros diferentes mapas de la realidad.
Por
eso, necesitamos una educación que trascienda el modelo tradicional
jerarquizado de transmisión de información, que supere la propuesta moderna de
la eficiencia industrial estandarizada y acepte la diversidad del
postmodernismo. Necesitamos una educación nos ayude a construir una cosmovisión
lo más sistémica posible. Necesitamos un modelo de formación integral.
Pensamos
que la educación integral, debe enfocarse en expandir la conciencia del
estudiante. Gradual y progresivamente. Ampliando continuamente la perspectiva y
permitiendo que el estudiante procese conscientemente cada vez, mayor cantidad
de información.
Necesitamos
incorporar en este nuevo modelo educativo los conocimientos recientes de la
biología: que todos los sistemas orgánicos son dinámicos; que la evolución
cambia al mismo tiempo al organismo y al medio; que el equilibrio de nuestro
ecosistema es frágil; y que necesitamos desarrollar una conciencia planetaria.
También
requerimos aprovechar los asombrosos avances de la neurociencia: comprender
como funciona nuestro cerebro, investigar la neuroplasticidad y las neuronas de
la empatía para educar las emociones, desarrollar las habilidades blandas
y potenciar las relaciones
interpersonales. Necesitamos desarrollar un modelo para el aprendizaje
continuo.
Por
último, debemos comprender que la ciencia de la complejidad, con su infinita
red de relaciones y consecuencias; sus equilibrios efímeros, atractores
extraños y propiedades emergentes nos presenta un escenario educacional
abierto, dinámico y extremadamente sensible.
Con
las novísimas herramientas que nos prestan estas ciencias duras, estamos en
condiciones de rediseñar la educación, ya no para procesar información, sino
para expandir la mirada de nuestros estudiantes y prepararlos para vivir en el
bienestar personal, colectivo y planetario.
Ha
llegado el momento de diseñar una educación para la expansión de consciencia.