El
espíritu del “fair play” estaba dormido. Todos comprendemos que para
desempeñarnos con igualdad de oportunidades en nuestras actividades,
necesitamos la cancha nivelada, el fin de los privilegios y del abuso de poder.
Sin embargo, durante algunos años, pareció que el fin justificaba los medios;
que la letra de una ley era más importante que su espíritu; que la división
entre lo correcto y lo incorrecto dependía de las circunstancias; y que ganar
era lo único que importaba. Hemos estado tratando de engañar al árbitro y de
sacar ventajas en base a nuestra astucia y desconsideración.
Este
año, el “fair play” despertó. Y se indignó cuando vio lo que ocurría. Por donde
miraba, las faltas eran evidentes:
En
la Política, el comportamiento de “los honorables” no respetaba los límites de
velocidad o de la prudencia. El poder se había extralimitado.
En
las Iglesias, se encontró demasiada suciedad, escondida por años debajo de las
alfombras... y conste que solo se han levantado unas pocas. La moral se había
relativizado.
En
las Empresas, la “responsabilidad social” debió salir a combatir, sin mucho
éxito, las colusiones y las
repactaciones que fueron escandalosas. La codicia se había desbocado.
Y
así, en muchas áreas de nuestra sociedad...Pero en Educación, la situación era sencillamente
grotesca.
Y
entonces, el “fair play” decidió manifestarse. Infectó a los jóvenes,
especialmente susceptibles al idealismo. Y desde allí, ganó apoyo ciudadano
para construir demandas insoslayables. Se tomó las calles y levantó la voz. Consciente
de que algunas autoridades intentarían sacar provecho egoísta del llamado a la
justicia y equidad, decidió usar como estandarte la “calidad de la educación”.
De este modo, cuando el tiempo nos otorgara la perspectiva necesaria, podríamos
desenmascarar a aquellos que buscaban solo reafirmar sus intereses.
Este
año el espíritu del “fair play” ha removido el piso de nuestra sociedad. Es el
terremoto del 2011 y créanme que derribará más edificios que aquel del 2010.
Nos
dará la oportunidad de enmendar el rumbo. Es su estilo. La navidad y las
vacaciones de verano nos brindarán algo de tiempo para comprender que una
sociedad no se puede construir sin justicia. Pero si no corregimos nuestro
comportamiento, entonces el 2012 nos traerá sorpresas.
¿Qué
aprendimos este año?
Que
el cambio es urgente y necesario y que todos somos responsables de
manifestarlo.
Que
debemos superar el ego individual para construir una sociedad justa y
sustentable.
Que
aquello que sabemos debe ser coherente con lo que hacemos y lo que somos.
Que
el cambio requiere tiempo y una nueva forma de hacer las cosas.
En
educación, ¿Qué haremos el próximo año?
Las
instituciones, las autoridades, los apoderados, profesores y estudiantes deben
asumir nuevas responsabilidades y aceptar el desafío del cambio.
Los
estudiantes deben dejar de ser pasivos y asumir la responsabilidad de aprender.
Los
profesores deben estar al servicio de los estudiantes, del aprendizaje que
logren y de los valores que asimilen.
Los
apoderados deben hacerse socios de los profesores y participar enérgicamente en
la formación valórica de los estudiantes.
Las
autoridades deben diseñar políticas públicas educacionales en dirección de la
igualdad de oportunidades y del respeto al “fair play” y medir calidad con
indicadores más holísticos.
Las
instituciones deben redefinir sus misiones en función de su nueva
responsabilidad social.
Pero
sobretodo, lo que sucede dentro del aula debe ser diferente: la clase
expositiva debe transformarse en una clase participativa. Poco a poco, hay que
entregar el volante al estudiante. Dejarlo que conduzca su propio destino.
Enseñarle a recorrer el vasto océano del conocimiento en el asiento del
conductor. El profesor del siglo XXI debe ser como un GPS en el auto del
estudiante y solo dar alternativas e indicar como llegar desde un lugar a otro.
Este es el cambio más relevante del 2012...
¡Sacar
al estudiante de la maleta y dejarlo al volante!
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