Siguiendo la recomendación del Maestro, volví varias veces al campo de golf para jugar solo, intentando descifrar el comportamiento de esas energías invisibles que según él, eran controladas por mis emociones. Me costó mucho reconocer el extraño vínculo entre las situaciones golfísticas y mi estado emocional. Me armé de paciencia y diseñé una estrategia. Antes de jugar cada golpe, anotaba en la tarjeta cómo me sentía. Luego indicaba el resultado de cada tiro, dejando el análisis para después. Estaba decidido a cumplir la tarea encomendada: descubrir las leyes metafísicas del golf.
Algunas veces veía al Maestro observándome desde lejos, escondido entre las sombras de los árboles. No deseaba interrumpirme, pero siempre me daba ánimos con sus pulgares hacia arriba cuando yo estaba más desconcertado. Era capaz de entender mi lenguaje corporal desde lejos. O tal vez leía mi mente. Lo cierto es que su aliento me motivaba.
Docenas de tarjetas después, comencé a sospechar que algunas cosas no eran coincidencias. Los errores que parecían técnicos, en realidad tenían su origen en las profundidades de mi mente. Allí entre los miedos y las inseguridades. Esas emociones limitantes eran la verdadera causa de algunos de mis peores golpes. Cuando no estaba fluyendo, jugando despreocupado del resultado, me equivocaba con más frecuencia. Fue entonces cuando decidí representar un papel diferente en cada ronda de golf. La próxima vez, saldría a jugar sin miedos. Actuaría como un golfista audaz y temerario...
Todo iba de maravillas al terminar los primeros 9 hoyos. Jugar con harta confianza ayudaba mucho en la soltura de movimientos. Me atreví a hacer tiros bastante atrevidos y algunos golpes fueron extraordinarios. Entusiasmado con el score logrado con mi intrépida actitud, comencé los segundos 9 hoyos, convencido de que había encontrado el secreto del golf. Y en cuestión de minutos, caí en cuenta de que me había excedido y que estaba pretendiendo jugar muy por sobre mis posibilidades.
"Confía en tu talento, sin ser imprudente", anoté en la libreta una vez que comprendí que había recibido una lección de humildad. Jugué los siguientes hoyos con algo de cautela y los resultados fueron mediocres. Al terminar, la magia había desaparecido y mi entusiasmo también. Decepcionado, escribí: "Prefiero ser valiente que timorato."
Así fue como comencé a jugar golf con una emoción predominante, anotando tanto los resultados como la satisfacción que sentía. Algunas emociones como el miedo, la ansiedad, la ira, eran claramente contraproducentes. No rendía ni disfrutaba. Otras como la curiosidad, la esperanza y la tranquilidad, me ayudaban mucho a disfrutar y a veces, a puntuar. Poco a poco, el puzzle fue tomando forma...
Entonces, mi intuición me sugirió que lo que sucedía durante una ronda de golf no era azaroso. Estaba relacionado con mi estado emocional. Mis notas, mis comentarios y las puntuaciones parecían corroborar esto. Y me pareció haber encontrado la primera ley metafísica del golf: "Como es adentro es afuera", anoté.
Cuando me reuní con el Maestro, después de leer los detalles de mi búsqueda, se quedó un momento en silencio, sonriendo. Inmediatamente comprendí que había dado en el clavo.
– Interesante conclusión. –Comentó finalmente y para explicarse agregó– En efecto, una ronda de golf es como una fotografía de tus energías esenciales. Refleja quien eres en ese momento. Sin maquillaje. Sin filtros. Yo la expresé de una forma distinta, pero en esencia son equivalentes..., ahora que has dado el primer paso, encontrar el resto de las leyes será más fácil.
– ¿Cómo la describió usted...?
– "El golf es el espejo de tu alma", respondió, recogió su bastón y dio por terminada la lección.
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