Página del autor en Amazon

lunes, 24 de febrero de 2025

La aventura de autoconocimiento

Salir a jugar golf como si fuera una aventura de autoconocimiento, cambió todo. Lo importante ya no era la puntuación o la calidad de los tiros, sino descubrir aquellas facetas de mi personalidad de las que no era consciente. En el tee de salida del hoyo 1 me sentía entrando al templo de Apolo en Delfos, con la tarea fundamental de conocerme a mi mismo. Y con esa actitud, de curiosidad infinita, de asombro permanente y de confianza absoluta de que todo lo que iba a ocurrir sería ideal para entender quién de verdad soy, inevitablemente se producía una revelación extraordinaria acerca de mi carácter. 

Nunca dejaba de asombrarme la forma en que la Naturaleza reflejaba mi Alma. Jugar golf se transformó en una aventura por territorios desconocidos, llenos de sorpresas y desafíos. Lo más difícil era fluir, sin oponer resistencia alguna al resultado de cada acción. Se necesitaba fe. Y si al comienzo esa fe era escuálida, gradualmente se fue robusteciendo hasta convertirse en convencimiento total. El golf se convirtió en mi profesor de vida. Eso pretendía, enseñarme a vivir mejor. Y aunque a la larga aprendí a disfrutarlo, el aprendizaje fue duro. Muy duro. Tanto que pensé. muchas veces rendirme...

Verme sin anestesia fue decepcionante. Brutal. Sabiendo que era un juego donde inevitablemente se cometían errores, lo más horrendo era ver cómo yo los trataba de justificar, como si fuesen ajenos. Entonces, inexorablemente se repetían y reaparecían agigantados, hasta que terminaba aceptando mi total responsabilidad. Es que no se puede huir de los errores. Hay que llegar hasta su raíz y extirparlos desde el fondo del alma. Allí donde más duele, disfrazados de debilidad, se esconden los defectos que tenemos que enfrentar y superar. Curiosamente,  todos ellos tienen misteriosos secuaces que intentan defenderlos de nuestros intentos de superación. Conocerse de verdad, es aterrador.

Incluso las personas que jugaban conmigo, no eran elegidas al azar o por afinidad. Eran mis partners porque debían darme una lección. O quizás debían mostrarme algo tan terrible que me negaría a aceptar como propio. Había una razón por la que me acompañaban. A veces dolorosa, a veces profunda y otras veces simple y sencilla. Pero nada era casualidad. Al final, el campo de golf es una aula pedagógica y todo lo que allí ocurre está diseñado para nuestro aprendizaje. Y como nada es superfluo, aprendí a poner toda mi atención en los detalles. En esos detalles estaba el secreto del golf (y de la vida).

Somos seres humanos, falibles, algo soberbios y egoístas. Siempre cambiando. Siempre evolucionando. Y nuestro desafío es siempre progresar. El tiempo nos ayuda a madurar, porque nos cuesta reconocer nuestras falencias y pedir perdón cuando somos jóvenes. Siempre encontramos excusas. Hasta que aceptamos que el desafío es mejorar. Mejorarnos nosotros. Evolucionar para bien. Porque también tenemos muchos talentos y más potencial del que nos atrevemos a imaginar. Fue este proceso de reconocer mis defectos, de trabajar incansablemente para transformarlos en talentos y simultáneamente aprovechar cualquier habilidad para maximizar mi rendimiento, lo que transformó el golf en mi coach de vida. Juré entonces nunca rendirme y seguir luchando intentando sacar siempre lo mejor de mi. El golf me hizo comprender que la única forma de progresar continuamente era vivir y jugar con la mayor intensidad que mi fuerza interior me permitiera. Eso cambió toda mi cosmovisión, mi mundo y por supuesto redujo mi handicap. 

El Maestro ya no me acompañaba en mis rondas. "No era necesario", decía, agregando que "nadie es mejor profesor de vida que el golf". Pero muchas veces me esperaba en el club para leer en la libreta aquello que yo había aprendido ese día en la cancha.

miércoles, 12 de febrero de 2025

El espejo del Alma

Siguiendo la recomendación del Maestro, volví varias veces al campo de golf para jugar solo, intentando descifrar el comportamiento de esas energías invisibles que según él, eran controladas por mis emociones. Me costó mucho reconocer el extraño vínculo entre las situaciones golfísticas y mi estado emocional. Me armé de paciencia y diseñé una estrategia. Antes de jugar cada golpe, anotaba en la tarjeta cómo me sentía. Luego indicaba el resultado de cada tiro, dejando el análisis para después. Estaba decidido a cumplir la tarea encomendada: descubrir las leyes metafísicas del golf.

Algunas veces veía al Maestro observándome desde lejos, escondido entre las sombras de los árboles. No deseaba interrumpirme, pero siempre me daba ánimos con sus pulgares hacia arriba cuando yo estaba más desconcertado. Era capaz de entender mi lenguaje corporal desde lejos. O tal vez leía mi mente. Lo cierto es que su aliento me motivaba. 

Docenas de tarjetas después, comencé a sospechar que algunas cosas no eran coincidencias. Los errores que parecían técnicos, en realidad tenían su origen en las profundidades de mi mente. Allí entre los miedos y las inseguridades. Esas emociones limitantes eran la verdadera causa de algunos de mis peores golpes. Cuando no estaba fluyendo, jugando despreocupado del resultado, me equivocaba con más frecuencia. Fue entonces cuando decidí representar un papel diferente en cada ronda de golf. La próxima vez, saldría a jugar sin miedos. Actuaría como un golfista audaz y temerario...

Todo iba de maravillas al terminar los primeros 9 hoyos. Jugar con harta confianza ayudaba mucho en la soltura de movimientos. Me atreví a hacer tiros bastante atrevidos y algunos golpes fueron extraordinarios. Entusiasmado con el score logrado con mi intrépida actitud, comencé los segundos 9 hoyos, convencido de que había encontrado el secreto del golf. Y en cuestión de minutos, caí en cuenta de que me había excedido y que estaba pretendiendo jugar muy por sobre mis posibilidades. 

"Confía en tu talento, sin ser imprudente", anoté en la libreta una vez que comprendí que había recibido una lección de humildad. Jugué los siguientes hoyos con algo de cautela y los resultados fueron mediocres. Al terminar, la magia había desaparecido y mi entusiasmo también. Decepcionado, escribí: "Prefiero ser valiente que timorato."

 Así fue como comencé a jugar golf con una emoción predominante, anotando tanto los resultados como la satisfacción que sentía. Algunas emociones como el miedo, la ansiedad, la ira, eran claramente contraproducentes. No rendía ni disfrutaba. Otras como la curiosidad, la esperanza y la tranquilidad, me ayudaban mucho a disfrutar y a veces, a puntuar. Poco a poco, el puzzle fue tomando forma...

Entonces, mi intuición me sugirió que lo que sucedía durante una ronda de golf no era azaroso. Estaba relacionado con mi estado emocional. Mis notas, mis comentarios y las puntuaciones parecían corroborar esto. Y me pareció haber encontrado la primera ley metafísica del golf: "Como es adentro es afuera", anoté.

 Cuando me reuní con el Maestro, después de leer los detalles de mi búsqueda, se quedó un momento en silencio, sonriendo. Inmediatamente comprendí que había dado en el clavo. 

– Interesante conclusión. –Comentó finalmente y para explicarse agregó– En efecto, una ronda de golf es como una fotografía de tus energías esenciales. Refleja quien eres en ese momento. Sin maquillaje. Sin filtros. Yo la expresé de una forma distinta, pero en esencia son equivalentes..., ahora que has dado el primer paso, encontrar el resto de las leyes será más fácil.

– ¿Cómo la describió usted...?

– "El golf es el espejo de tu alma", respondió, recogió su bastón y dio por terminada la lección.

El espejo del alma