Como era de suponer, apenas llegó el Maestro, pidió la libreta. No se le veían los ojos, entre el encasquetado gorro de lana, los anteojos que insistían en empañarse y la bufanda que protegía su nariz. La penumbra y el temblor de sus manos tampoco lo ayudaron a leer. Se rindió después de un buen rato, pero no me devolvió la libreta.
– Olvidé la linterna... –, murmuró como si estuviese avergonzado.
– No podremos jugar con esta neblina tan tupida –. Comenté tratando de desviar su atención, mientras frotaba mis manos con energía.
– Tampoco íbamos a hacerlo. Hoy construiremos el puente del aprendizaje.
– Muy bien, ¿y donde pondremos ese puente?
– Entre el Maestro y el Discípulo. Sentémonos en la banca mientras escampa. Ahora te cuento...
En mi cabeza rondaba la idea de que de alguna forma misteriosa, el Maestro había percibido esa gran desilusión que sentí ayer. ¿Intuición?...,¿magia?..., ¿quién sabe?... Saqué la escarcha de la banca con la toalla y nos sentamos.
– ¿Prisión?¡Diablos! Nunca creí en ese rumor.
Mi sorpresa fue tan evidente que decidió hacer un paréntesis en su relato.
– Aclaremos eso primero... Estuve 6 meses encarcelado. En el accidente que tuve en Japón, murió la persona que me acompañaba en la moto. Ambos íbamos sin casco, una irresponsabilidad inexcusable allá. Después de recuperarme de las lesiones, fui condenado a reclusión con la obligación de asistir a clases de urbanidad. El castigo fue una bendición para mi alma. Allí conocí al honorable Kibosama, el más venerado de los monjes del Templo de la Sabiduría. Dedicaba los miércoles a reflexionar con los reclusos acerca de la importancia del respeto, la cortesía y los buenos modales. Él me protegió, curó mi depresión y después de cumplir la condena, me aceptó como discípulo en su Templo. Ahora, volvamos al puente...
– ¡Oh, no! Estoy lleno de curiosidad... ¿Puedes contarme más?
– Más adelante lo haré. Por ahora quiero que sepas que el puente se construye con un material escaso: la confianza.
– Está bien. Entonces ¿cómo comenzamos a construirlo?
– Identificando a tu Maestro.
– Eso está claro...
– No te apresures. Te doy una pista. No soy yo. Yo soy una simple herramienta de tu maestro.
– Ahora si que estoy confundido...
– ¿Porqué juegas golf?
– No lo sé. Algo me impulsa a jugar. Es extraño. Me frustra. Muchas veces me saca de quicio. Pero es un desafío que me fascina. Es como si estuviese encantado.
– Curiosidad y atracción. Justo lo que provoca un Maestro que desea que su discípulo aprenda.
Me tomó algunos segundos procesar esas palabras, aunque la pausa, su mirada expectante y una sonrisa burlona, indicaban que había dado demasiada información. En mi mente se atropellaban una serie de sus frases previas. Antes, dijo que el golf era un desafío mental; que iba a ayudarme a cambiar mi forma de pensar. Y siempre mencionaba: "las enseñanzas del golf."
– ¿El golf? ¿Mi maestro es... el golf?
– El golf quiere ser tu maestro. Siempre que lo veas como un profesor exigente pero afectuoso, que conoce tu potencial y siempre desea lo mejor para ti. La decisión es tuya.
– ¿Debo creer que el golf está vivo?
– En tu mente todo es posible. Incluso que el golf sea un maestro formador de carácter, a veces severo, a veces gentil. De hecho, con ese fin fue inventado por los masones escoceses. Pero si eres escéptico, piensa que todo lo que te sucede jugando golf, esconde una valiosa enseñanza que debes aprender si quieres mejorar. No solo como golfista. También como persona.
– Está bien. Consideraré al golf como un maestro. Y lo jugaré como un desafío de aprendizaje.
– Excelente. Y si lo respetas como algo sagrado, entonces cada vez que te encuentres con problemas en el campo de golf, puedes volver a la ruta de la felicidad, cruzando el puente del aprendizaje. Si aprendes una lección valiosa, ya no habrá frustración. Solo crecimiento.
Se produjo un largo silencio. Yo necesitaba reflexionar. Si iba a tomarme en serio esto, necesitaría un gigantesco cambio de actitud. Jugar golf ya no sería un deporte o un pasatiempo, ni una actividad social. Sería como asistir a la escuela. Más que eso, sería como ir a la iglesia. Sería una aventura de aprendizaje espiritual. ¡Vale! Al tomar la decisión, quise probar de inmediato. La neblina se había retirado y el sol comenzaba a imponerse. Tanto que el Maestro logró leer la libreta y me la entregó.
– Ya podemos salir, ¿vamos?
– Aun no estás listo para jugar... Recuerda que esta es una actividad sagrada ahora. Deja tus palos ahí y sígueme. Vamos a recorrer el campo siguiendo la trayectoria de una pelota imaginaria. Cuando estes en la ruta de la felicidad, disfruta. Cuando nos apartemos de ella, tendrás que identificar el error que causó el desvío y proponer una corrección. Si no retornamos al camino del medio, significa que aun no has solucionado el problema y debes intentar otro ajuste.
– Entonces solo tengo 2 posibilidades, o disfruto o aprendo. ¡Es win-win! –. Comenté, pensando en los errores que había cometido ayer y lo mal que lo pasé al final del recorrido.
– Correcto.