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jueves, 7 de septiembre de 2023

Señales y Corazonadas

Durante semanas el Universo me envió señales. Coincidencias que comenzaron a llamarme la atención: Una extraña conversación (que normalmente no hubiese escuchado) entre dos personas comentando la necesidad de ambos de colocarse un Stent; un comercial de una serie médica que se repetía; una baja relevante en el rendimiento físico que yo atribuí a la edad; un correo invitándome a hacerme un chequeo preventivo en el mes del corazón que borré inmediatamente; sueños insólitos con mi hermano fallecido súbitamente hace un par de años; la canción "Estrechez de Corazón" de Los Prisioneros que se me apareció tanto en una serie de Netflix como en la radio y la reiteración del correo ofreciéndome el chequeo preventivo que borré después de unos días; un pequeño mareo mientras jugaba golf. Incluso en mi casa se taparon las cañerías del califont. En fin, probablemente recibí una serie de otros "mensajes" que no advertí conscientemente. 

Durante semanas el Universo me estuvo enviando múltiples advertencias, en distintos formatos,  pero cuyo mensaje de fondo era el mismo: "cuidado con el corazón". Solo cuando el correo del chequeo preventivo apareció por tercera vez en mi bandeja de entrada, conecté los puntos. Recién entonces algo en mis entrañas me dijo que no lo borrara. Esta vez lo marqué, se lo reenvié a mi señora y le pregunté su opinión. ¡Háztelo! me dijo... y confiando en su certera intuición, llené un formulario y me inscribí. No estaba realmente convencido de la necesidad de hacerme tantos exámenes y el día anterior pensé en anular la hora. Pero mi señora insistió y finalmente despejé mi agenda e hice el ayuno requerido. Fui a la clínica confiado y bien temprano comenzaron a tomarme los exámenes de sangre, orina, ecografías, radiografías y cuanta cosa hay. Después de unas 5 horas de "revisión técnica" y habiendo tomado el magro desayuno incluido en el combo, me reuní con la doctora que en síntesis me comunicó que todos los indicadores estaban normales y que lo único que quedaba era el test de esfuerzo para terminar el chequeo. 

Estaba caminando sobre la trotadora cuando comenzó a cambiar la dirección de los vientos de mi destino. El otrora sencillo nivel de esfuerzo, me agobió y el test debió suspenderse. La médica me comunicó que sospechaba de una estrechez coronaria y me sugirió hacerme una coronariografía a la brevedad. Inmediatamente se comunicó con mi cardiólogo quien programó la intervención para el día siguiente. Sin saber cómo, en algunas horas, estaba tendido en un quirófano mientras mi doctor exploraba mis arterias coronarias para ver si era necesario colocar algún stent. Comencé a sentirme mal. Si yo pensaba volver a casa a mas tardar el día siguiente, esa idea se hizo añicos en cosa de minutos. Aun estaba inmovilizado en la sala de operaciones bajo luces encandilantes cuando el cardiólogo me explicó que "estábamos en problemas" y que necesitaba consultar a otro cirujano. Lo mandó llamar. Mientras tanto, yo transpiraba helado y sentía una angustia que me daba náuseas. La impotencia se apoderó de mi mente. Nada de lo que estaba sucediendo tenía sentido. 

Después de lo que me pareció una eternidad, finalmente llegó el nuevo cirujano y me explicó que tenía la "enfermedad severa de los 3 vasos" y que debía operarme a corazón abierto tan pronto como fuese posible para colocarme 3 o 4 by-pass. 

    —Tus coronarias tienen demasiadas estrecheces..., parecen un rosario —comentó.

Y mientras yo intentaba digerir sus palabras, agregó una palabra final que quedó revoloteando en mi cabeza:

    —Reza.

    —Hagan lo que tengan que hacer... —, murmuré con apenas un hilo de voz y así quedó sellado uno de los eventos más relevantes de mi vida. Al día siguiente me iba a someter a una cirugía mayor que transformaría tanto mi vida como la de mi familia. 

Esa noche fui trasladado a una pieza para descansar antes de la operación. Por la ventana, el panorama era tenebroso. Bastante parecido a mi estado de ánimo. Santiago estaba cubierto por una densa y oscura nubosidad que azotaba, con una copiosa y persistente lluvia, a la ciudad en toda su extensión. El mal tiempo estaba causando estragos en el valle metropolitano y desde mi privilegiado punto de vista, el espectáculo era bastante aterrador. «Mal presagio», pensé. Sin poder dormir y a esas alturas, evidentemente deprimido, decidí prepararme para aceptar cualquier resultado de la intervención. En el peor de los casos quería despedirme con cierta dignidad de mis seres queridos y me afané buscando palabras apropiadas para que cada adiós particular fuese significativo. En eso me distraje durante las horas mas tristes de esa lúgubre noche. Las emociones literalmente me desbordaron. Cuando ya tenía el guión escrito y mis pensamientos se sosegaron, volví a mirar por la ventana. 

El escenario había cambiado completamente. La lluvia se había detenido. El aire ya limpio, permitía distinguir claramente hasta donde se extendía la alfombra urbana tejida por luminarias de diferentes colores. Luces cálidas y frías de diferentes matices conformaban una especie de patch-work en cada barrio. Algunas de las luces más intensas se alineaban siguiendo el trazado de avenidas y calles que se antojaban eternas. La nitidez del aire hacía resaltar los colores. Luces rojas para demarcar algún hito urbano o azules para destacar algún edificio. Luces verdes desparramadas por sectores y potentes reflectores de luz blanca en el cerro Renca y el San Cristóbal. Con mi vista recorrí la ciudad desde esta nueva perspectiva, intentando identificar ciertos lugares. Mientras tanto, las nubes se quebraron y dispersaron permitiendo que el cielo estrellado se uniera a la danza luminosa más impresionante que yo jamás hubiese visto. Santiago estaba vivo y reluciente. «Qué belleza», pensé arrebatado por el increíble espectáculo que estaba observando. «¿Será otra señal del universo? 

En ese momento de profunda conmoción estética, tuve la primera corazonada: «Tal vez todo ha sucedido de acuerdo a un plan superior. Tal vez esta emergencia hospitalaria sea perfecta para transformar mi vida en una experiencia resplandeciente». Como por arte de magia, sentí una enorme voltereta anímica y me inundé de esperanza: «Todo saldrá bien», recapacité. Y confiado en el buen resultado de la operación, decidí disfrutar la función a través de la ventana, que cada vez se tornaba más impactante. Había algo místico y poderoso en ese paisaje que me hizo pensar en Dios. Poco a poco me llené de energía y cuando amaneció, yo ya estaba dispuesto a poner lo mejor de mí parte para recuperarme lo más rápido posible y replantearme el rumbo de mi existencia. 

Temprano en la mañana, mi señora e hijos me visitaron, pero ya se me habían olvidado las palabras de despedida y solo pude contarles lo mucho que disfruté el panorama nocturno. Afuera sin embargo, seguía lloviendo que se las pelaba y ellos, mirando hacia el poniente, no parecieron comprender las razones de mi tranquilidad. Entonces mis dudas y temores quisieron regresar. Comencé a ponerme nervioso nuevamente, cuando se acercó un sacerdote para ofrecerme apoyo espiritual. Faltaba poco para que me llevaran al quirófano, comentó. Una nueva corazonada me golpeó con fuerza. «El Universo está probando mi fé. No debo flaquear ahora y menos frente a mi familia». pensé.  

Tampoco quería perder ni un minuto de estar con mis seres queridos. Lo rechacé con la mayor delicadeza posible, indicándole que Dios mismo se me apareció tras la ventana durante la noche anterior y que durante horas me había consolado, perdonado y ofrecido su protección para el desafío que tenía por delante. 

    —No quisiera volver a importunarlo. Me siento privilegiado porque Él siempre ha estado conmigo y también me acompañará durante la operación. Juntos saldremos bien parados de esta. ¡Gracias! —, expliqué.

No pasó mucho rato hasta que vino un enfermero a buscarme para llevarme al pabellón. Allí el anestesista comenzó a prepararme para la delicada intervención. Entré al quirófano y me pusieron sobre la mesa de operaciones. En cuestión de minutos estaría inconsciente y mi cuerpo sería sometido a una prueba extrema. No sabía ni cuándo ni dónde iba a despertar, ni siquiera sabía si es que iba a despertar. Lo único que me sostenía era la corazonada de que todas esas señales que había recibido eran la forma en que el Universo, Dios (o cómo ustedes quieran llamar a esa presencia divina que habita en nuestro interior) se comunicaba conmigo. Y eso me bastaba. 

Entonces perdí la conciencia...





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