Desperté al día siguiente. O al menos eso pensé yo. Días después supe que la misma noche de la operación me desconectaron del sistema de circulación extracorporal que hacía el trabajo del corazón y los pulmones mientras se injertaban los 3 by-pass. La revascularización había transcurrido sin inconvenientes y al parecer mi cuerpo respondió bien. Recuperé la conciencia y estaba muy lúcido, según el enfermero que me desconectó. Pero nada de eso quedó en mi memoria...
Solo recuerdo que desperté al día siguiente en la Unidad de Pacientes Críticos como si me hubiese atropellado un tanque. Y sentía como si aún estuviese estacionado sobre mi pecho. Aplastándome. Todas las células de mi cuerpo se quejaban. Hasta las uñas me dolían. Me costaba mucho respirar. Estaba hinchado y deshidratado. Tenía 3 drenajes insertos cerca del plexo solar y una sonda urinaria para eliminar sangre, suero y orina hacia unos recipientes graduados. Además estaba conectado a una serie de instrumentos que medían mis signos vitales e incluso a un marcapasos. La tecnología estaba ahora a cargo de mi vida. Algunas sondas me inyectaban medicamentos en forma permanente de modo que la química estaba regulándola. Me sentía como un despojo humano aprisionado entre cables e instrumentos. Mi energía vital había desaparecido. Evidentemente traumado y aun muy confundido, no podía pensar con claridad. El miedo, la angustia y la ansiedad revoloteaban en mi cabeza.Los doctores, enfermeras y el personal técnico fueron especialmente delicados y me atendieron como si fuese una frágil mariposa recién saliendo de su capullo. Ellos tenían muy claro que mi recuperación física dependía de mi voluntad de vivir, que había sido puesta a prueba en esa cirugía tan invasiva. E intentaban por todos los medios, hacerme tolerable ese mal día. Estaba muy cansado pero las recurrentes alarmas de los sensores que monitoreaban el estado de los pacientes, me impedían dormitar. En la televisión, proyectaban el mundial de atletismo, mostrándome (con algo de ironía) que las capacidades de un cuerpo humano sano eran extraordinarias. Cómo envidiaba la salud que irradiaban esos atletas. Con una lentitud exasperante, llegó la noche y finalmente el sueño me venció...
Con mi mente pasó algo similar. Accedí a los pensamientos del doctor. Estaba tranquilo y sabía lo que tenía que hacer. «Esto está controlado», pensó. Igual pude leer las mentes de las enfermeras y de la tecnóloga: Una pensaba que yo estaba respondiendo bien al medicamento para la arritmia y la otra creía que el peligro ya había pasado. Bastante nerviosa y aun somnolienta, la auxiliar repetía una especie de mantra para que no pasara nada malo. De algún modo, mi conciencia estaba presente dentro de esas 5 mentes diferentes, que curiosamente no se interferían. En esos instantes, dejé de ser sólo el paciente. Yo también era el doctor y las enfermeras y la auxiliar. Supuse que, estando en un estado de conciencia alterado, había logrado trascender las limitaciones espaciales de mi cuerpo y mi mente. Tal vez en esos instantes, los distintos campos electromagnéticos de varias personas concentradas, se habían armonizado, permitiendo que mi conciencia los recorriera. La expansión limitada de mi conciencia, fue una experiencia extraordinaria. Más real que la realidad misma. No fue una experiencia cercana a la muerte, puesto que mi conciencia nunca abandonó a mi cuerpo. Más bien trascendió sus límites tradicionales e incluyó a otras personas que tenían un objetivo común. Experimenté una identidad múltiple asociada a un cuerpo de 5 organismos distintos. El límite entre yo y lo demás, entre lo interno y lo externo, se había ampliado. Comprendí que no estamos separados de los demás. Ellos son un reflejo de uno mismo. En realidad ellos y yo, somos uno.
Con una tranquilidad abismante y sabiendo que todo lo que estaba ocurriendo era necesario para mi aprendizaje espiritual, me dormí. La arritmia fue controlada y recién comenzó la verdadera recuperación. Ahora sabía que la realidad externa es una experiencia educativa especialmente diseñada para que mi alma se reconociese como parte de una Conciencia Universal. Como la chispa de divinidad que todos compartimos. Es la fuerza vital de una presencia cósmica que está viva dentro de nosotros. Y sabiendo esto, cambié.
Poco a poco comencé a mejorar físicamente. Y aunque mi identidad volvió a sus límites habituales, nunca olvidaré que el otro es un personaje que mi conciencia representa para acercarme a Dios. Yo mismo, encarnado en esas 5 personas, decidí darme una segunda oportunidad. Ahora simplemente debo recuperarme para aprovecharla bien. En eso estoy.