Roma es una ciudad de grandes contrastes. Después de visitar el Vaticano, lleno de grandiosidad y símbolos de poder, fuimos esa tarde a la Cripta de los Capuchinos, decorada con los huesos de más de 4000 monjes. Resultó un espectáculo sobrecogedor ver como tantos huesos humanos ordenados artísticamente por algún macabro miembro de la órden, se exponían como decoración. Fieles a su vida ascética y rigurosa y a sus votos de pobreza, ellos si viajaban ligeros de equipaje. Decían que el lujo y la ostentación eran demostraciones de pobreza espiritual.
Y tal vez lo más memorable de esta visita fue el mensaje de despedida de esos antiguos esqueletos de miles de frailes: "Alguna vez fuimos como ustedes y alguna vez serán como nosotros". Ciertamente un pensamiento que nos recuerda la transitoriedad de la vida y la necesaria humildad con que hay que vivirla.
Al salir de allí, necesariamente se debe mirar a la Vía Veneto, con otros ojos. Todas sus elegantes tiendas, fastuosos hoteles y exclusivos restoranes que me habían impresionado antes, habían cambiado. Eran simple decoración para una gran cantidad de limosneros que apelaban a la generosidad de los turistas ricos. Tenían algo en común, puesto que todos estaban acompañados por un perro. No me pareció entonces que era para inspirar más lástima, puesto que los trataban con mucho cariño. Algunos dormían acurrucados con sus mascotas y otros los besaban sin asco. Tal vez tenían poco, pero igual esos pordioseros tenían necesidad de expresar su cariño.
Entonces comprendí la lección: Necesitamos poco para vivir, pero lo más importante de ese poco, es una buena dosis de amor.
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