La carta del futuro fue una sorpresa.
Asombrosa desde múltiples perspectivas. Y mientras asimilaba el mensaje de
optimismo, luchando por vencer la resistencia de mi mente racional (que buscaba
explicaciones), una pequeña frase, que venía como postdata, fue adquiriendo
energía en mi interior. La carta terminaba así:
PD: Abuelo, tenías
razón, la transformación comienza en la educación. Y la respuesta que buscas, ¡está
en el corazón de los profesores!
Al principio, esta frase pasó
desapercibida. Obnubilado por el origen de la misiva, aturdido por el mensaje
inexplicable y complicado tratando de descifrar lo indescifrable, no presté
atención a este final.
Poco a poco, esta nota de despedida fue
cobrando importancia...
En primer lugar, señalaba que yo tenía
razón. Si la carta venía del futuro, tal vez el remitente supiese que en el
momento en que yo la leería, mis tribulaciones apuntaban a la necesidad de
cambiar los paradigmas para construir una sociedad más justa. Estaba
entonces...o estoy ahora, convencido de que la única esperanza de la humanidad
era una profunda transformación sistémica. Que debíamos cambiar el modelo
conductista que derivaba de las añejas teorías económicas imperantes. Y que necesitábamos
incluir la dimensión altruista del ser humano en nuestra forma de
relacionarnos. ¡Necesitamos entendernos mejor!
Señalaba además, que la transformación
debía comenzar en la educación, lo que tenía lógica. Las generaciones jóvenes
son más plásticas y flexibles. Exentas de prejuicios, allí pueden germinar
ideas novedosas. Coincidiendo con Claudio Naranjo: Hay que cambiar la educación
para cambiar el mundo, esta frase ratificaba mi intuición más profunda: La
educación industrializada no es adecuada para el ser humano. ¡Necesitamos
educarnos mejor!
Terminaba indicando, que la respuesta
está en los profesores. Pero no en su mente, sino en su corazón. No en su parte
racional, sino en su parte emocional. No en las teorías pedagógicas sino en el
comportamiento que tenían. Personas que tenían vocación de servicio, que creían
en el perfeccionamiento humano y que confiaban en sus semejantes. Que sabían el
significado de la empatía ¡Necesitamos querernos más!
Entonces comprendí que la escuela debía
ser modelo de la sociedad del futuro; un lugar donde los profesores fuesen un
ejemplo valórico, donde los estudiantes aprendiesen a conocerse a si mismos
(encontrando y desarrollando sus talentos) y a convivir con los demás
(respetando y aceptando la diversidad). Pero sobretodo, un lugar donde se
buscaba el bienestar general a través del crecimiento individual y colectivo. Solo
una escuela con empatía hoy, produciría una civilización sustentable mañana: ¡Necesitamos
modelar el futuro en las escuelas de hoy!
Por eso quiero hacer una invitación a ustedes,
queridos profesores, para que respondan desde su corazón, la pregunta que ni
los políticos ni los estudiantes han sabido contestar.
Necesitamos escuchar
la VOZ DE LOS PROFESORES...
Dejo lanzada una pregunta pregunta a quienes
realmente saben de educación:
¿CUÁL ES LA EDUCACIÓN A LA USTED ASPIRA?
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