Aquellos que vivimos en los inicios del
siglo XXI, seremos testigos privilegiados de una metamorfosis impresionante en
nuestro sistema educativo. Se trata de una transformación sistémica que
cambiará nuestra forma de entender la educación. Una aventura equivalente al
descubrimiento de nuevos mundos y que probablemente en el futuro se conocerá
como la “Revolución Educacional”
Esta gran aventura del ser humano, tendrá
3 expediciones. Cada una de ellas, será un desafío de grandes proporciones. Viajaremos
hacia nuestro destino usando la ciencia y tecnología. Herramientas poderosas
que pueden ayudarnos a combatir los males que afectan a nuestra sociedad. El
futuro de la humanidad dependerá de la evolución colectiva que logremos en este
proceso de transformación.
La 1ra transformación de la educación
será desde la enseñanza al aprendizaje:
Este viaje ya comenzó. En algunas
instituciones pioneras, lo que importa no es lo que se enseña, sino lo que se
aprende. El profesor y los contenidos dejan de estar al centro del proceso
educativo. El estudiante y sus intereses, toman un rol protagónico.
Por una parte, se trata de diseñar una
educación personalizada, orientada a descubrir los talentos de cada estudiante.
El rol del profesor es inculcar el deseo de aprender aquello que desarrolla el
talento individual de cada estudiante, con la mirada puesta en el bienestar general
de la sociedad. Pensamos que el rendimiento óptimo (*) de una persona se logra
cuando se desempeña en un área que le apasiona, desarrollando tareas para las
cuales tiene competencias. Necesitamos comprender que cada persona es
verdaderamente única y que por lo mismo, tiene características diferenciadoras
que la hacen sobresalir en una tarea que nadie más puede hacer mejor que ella.
En este sentido, en nuestras mentes hemos construido una intrincada red de
conexiones neuronales que nos distingue y nos diferencia. Somos diferentes y
eso constituye una ventaja para nuestra aventura colectiva.
Por otra parte, se trata de reconocer que
el aprendizaje es un proceso emocional, como indica la neurociencia y que
debemos adecuar las estrategias pedagógicas y didácticas para lograr construir
una cultura de aprendizaje autónomo. Una cultura que promueva el placer de
aprender. Donde la tarea del educador es responsabilizar al estudiante por su
propia educación y fomentar su curiosidad intelectual apelando a sus emociones.
Naturalmente, habrá que promover la colaboración para lograr aprendizaje entre
pares y también entregar herramientas que permitan a los estudiantes gestionar
en forma eficiente la enorme cantidad de información disponible y así, combatir
la obsolescencia del conocimiento, manteniéndose a la vanguardia en su
disciplina. Pero fundamentalmente, el profesor debe tener inteligencia
emocional y prepararse para producir ambientes de aprendizaje que garanticen una
formación valórica sólida, que contribuya a una convivencia pacífica y a
generar comunidades diversas, sanas y sustentables.
La 2da transformación, la más desafiante,
será desde la estandarización a la diferenciación.
En un mundo donde la única certeza es el
cambio, los organismos que se adaptan mejor, sobreviven. Un concepto que las
ciencias económicas importaron desde la biología y que aplicaron a las
organizaciones empresariales, nos hace analizar en forma bastante crítica al
sistema educativo: Un sistema industrializado, rígido y sistematizado que
pretende reproducir conocimientos que ya han quedado obsoletos. Es en este
cambio, donde se juega verdaderamente el destino de nuestra sociedad.
Necesitamos diseñar un sistema educativo flexible, adaptable y esencialmente
dinámico.
Proponemos entonces, diseñar currículos
amplios, diversos e interconectados- con el fin de proporcionar alternativas
para el desarrollo de aptitudes e intereses - en la línea de la
personalización. Y con urgencia, expandir los límites del aula. Tal vez la
limitación más dañina del proceso educativo, es que el trabajo del profesor y
por extensión, el proceso de aprendizaje se entiende circunscrito al aula.
Estudiantes responsables y curiosos necesitarán disponer libremente de
ambientes de aprendizaje para alimentar su pasión por aprender. Será necesario
incorporar una mirada interdisciplinaria en el trabajo estudiantil, evaluando
criterios y comprensión de conceptos más que resultados. Más aun, la
creatividad e innovación deben ser reconocidas y estimuladas. La originalidad
debe premiarse en lugar de castigarse. En suma, necesitamos un sistema
flexible, sin burocracias ni etiquetas permanentes (profesores que puedan
dictar varias disciplinas o varios profesores para un ramo) y por supuesto, que
permita movilidad en función de intereses y capacidades. La edad no es un
criterio lógico para agrupar a estudiantes, al menos desde la óptica del
aprendizaje. Nuestra comprensión de la educación debe tener una perspectiva holística
en total contraposición a la fragmentación y desconexión actual.
Ahora sabemos que la neurogénesis – la
creación de nuevas neuronas – es un proceso que continúa en la vida adulta y
que corrige el error de suponer que nuestra plasticidad mental solo se mantenía
hasta la adolescencia. ¡Nunca es tarde para aprender! No importa cuanto tiempo
llevamos haciendo las cosas mal, lo que importa es corregirlas. Los síntomas
que presenta nuestra sociedad enferma se deben a una educación fosilizada, con
aversión al cambio.
La 3ra transformación, la más
reconfortante, será desde la producción al servicio.
La concepción utilitaria de la educación,
proveniente de su origen industrial, debe reemplazarse por una orientación de
servicio hacia la comunidad. No nos educamos solo para satisfacer nuestros
intereses egoístas, sino que también nos educamos para construir una sociedad
justa y sustentable. Nos educamos para aportar al proyecto humano. Nos educamos
para servir a nuestros semejantes en un trabajo colectivo de búsqueda de
bienestar general.
Por esta razón, en el proceso formativo
debemos aprender a desarrollar responsabilidad social, partiendo de una sólida
formación en valores universales. Igualmente, temas como sensibilidad
ambiental, respeto por la naturaleza y sostenibilidad no deben obviarse. La
evidente fragilidad de nuestro ecosistema es materia urgente e importante para
la supervivencia pacífica de nuestra especie.
La inclusión de todo ser humano al
proceso de formación educativa, con miras a ser un aporte a la sociedad debe
ser un derecho irrenunciable. En este sentido, pensamos que cada persona debe
tener acceso a una educación que le brinde una oportunidad de desarrollar sus
talentos. Pero aceptar estos derechos implica también aceptar la
responsabilidad de orientar esos talentos al bien común. El estudiante que
aprovecha estos derechos, debe estar consciente de que adquiere una deuda con
la sociedad que lo ha formado. Y debe cancelarla con altruismo y empatía. La
lucha por mejorar nuestro mundo es una batalla que requiere sumar a todos.
Nadie puede viajar de polizón en esta expedición.
Afortunadamente, las neuronas espejo o
neuronas de la empatía, descubiertas a fines del siglo pasado, demuestran que
el altruismo es una dimensión presente en el ser humano y en animales. Explican
comportamientos sociales y dan origen a la nueva hipótesis de que las nuevas
generaciones tienen más desarrollada esta característica- empatía-que las
generaciones anteriores. Cuando los jóvenes dejan de preocuparse de la
supervivencia, pueden concentrarse en el bienestar común. Si fuese así, es
posible que la humanidad esté evolucionando hacia una civilización empática.
Esta postura nos permite mirar hacia el
futuro con cierto optimismo. Si el futuro de la humanidad se crea en el
presente educacional, los vientos de cambio y las turbulencias que
experimentamos hoy, pueden ser favorables. Pero hay más nubes negras en el
horizonte. El riesgo que estamos corriendo, al menos en la actual contingencia,
es que sean los políticos y los estudiantes los que negocien el destino de la
educación. Peligrosa combinación de actores para un juego tan relevante. Los
profesores no pueden eximirse de participar en esta transformación.
Curiosamente parecen haber enmudecido. Probablemente porque intuyen el dolor de
una metamorfosis que extinguirá la imagen tradicional del docente-experto. Pero
confiemos en que aquella proverbial vocación de servicio que los caracteriza,
superará al ego amenazado y que finalmente levantarán la voz y participarán en
la transformación.
La
ciencia nos está permitiendo comprender como funciona la mente. Pero como se ha
dicho antes, si podemos mirar desde una perspectiva más amplia, es porque
estamos parados sobre hombros de gigantes. Los avances científicos de la
neurociencia, sumados a los conocimientos ancestrales de la exploración hacia
el interior del hombre, permitirán una comprensión más profunda de nuestro
rasgo más distintivo, el pensamiento independiente. Oriente y occidente,
sumarán fuerzas para entender al “cochero” con que Gurdjieff magistralmente
describió a nuestra mente.
Armados con esta nueva comprensión, los
profesores podrán reinventarse y transformar la educación. Desde allí, podremos
flexibilizar las organizaciones educacionales dándoles la misión de priorizar
el bienestar general. Solo entonces, será posible el sueño de Claudio Naranjo:
“Cambiar la educación para cambiar el mundo”. Y es más que evidente que necesitamos
cambiar el rumbo para dirigirnos hacia un futuro sustentable.
Para que las generaciones venideras
tengan esperanza, necesitamos una nueva educación: Dedicada a formar
estudiantes con pensamiento propio; capaz de adaptarse al cambio y orientada
hacia el bienestar. En otras palabras, con la responsabilidad de inculcar
autonomía, flexibilidad y empatía. Esa educación vacunará a la sociedad de los
virus de la codicia, la injusticia y el consumismo.
Creemos, sinceramente, que se puede. ¿Y
usted?
(*) Siguiendo lo señalado por Sir Ken
Robinson en su libro “El Elemento”.