Conocí el golf bastante adulto y decir que me cautivó en ningún caso sería exageración. Progresé rápido, lo que alimentó mi ego. Luego mi nivel se estancó y me esforcé cada vez más, para no frustrar a ese exigente caddie interior. Tomé clases, leí libros y analicé videos. Deseaba ser un buen golfista. Practiqué mucho y hasta participé en campeonatos. Lentamente me fui consolidando en un nivel mediocre, que me parecía inadecuado. Sabía que podía más. Pero no sabía como. Por empeño no me quedé. La autoexigencia hizo que me afligiera el peor de los males golfísticos: Los yips. Un movimiento muscular involuntario que me hacía fallar los putters más cortos. Con profunda decepción me rendí y dejé el golf para dedicarme a otras actividades deportivas.
Curiosamente, al soltar el deseo y jubilar a mi ego, apareció el Maestro. Quería enseñarme a disfrutar el golf (y la vida), a cambio de llenar una libreta con mis aprendizajes. Acepté encantado, sin apreciar todavía lo valioso que era registrar esos aprendizajes bien frescos. Allí, aun sentado en la playa, cumplí mi compromiso y anoté lo que sucedió durante esa primera lección y agregué algunos comentarios personales.
Cambiar mi forma de pensar, fue lo primero que me sugirió. Después de tantos años de frustración, yo no solo estaba dispuesto; estaba ansioso por hacerlo. Supuse que sobre eso versarían sus lecciones.
Y sobre lo similar que era el golf y la vida. Ahondar en esto…, escribí entre paréntesis en la libreta.
No confiar en la memoria… Creo que estamos programados para olvidar. Así como olvidamos los sueños, también olvidamos los aprendizajes. Buena idea anotar para repasar antes de seguir. Somos propensos a tropezar con la misma piedra.
Y mi roca era el ego. Nunca antes “jugué” al golf. Más bien lo trabajé con pura fuerza de voluntad. Deseaba tanto progresar, que no me permitía errores. Ese no era el camino. Tuve que desapegarme del deseo de ganar o de hacer un buen Score para jugar, sin esfuerzo, sin expectativas. Simplemente jugar para disfrutar.
Jugar es la actitud correcta. Sin tensión en el cuerpo, sin pensamientos en la mente. Jugar en el presente y aceptar el recorrido que te propongan las circunstancias, sea lo que sea que ocurra. Esa actitud es perfecta para conocernos mejor. Eso es. Jugar golf es una aventura de autodescubrimiento. Como la vida.
El swing opera como los dados en un juego de tablero. Impulsa la bola al lugar desde donde seguiremos jugando y esa nueva posición es un desafío diferente que debemos superar. Eso pretende el juego, enseñarnos a aceptar el resultado, sin resistencia. Jugar y aceptar. Jugar lo mejor que podamos y aceptar el resultado sin chistar. En el golf y en la vida.
Comprendí que antes no había permitido que la energía universal actuara sin resistencia. Mi alma, mi cuerpo y mi mente siempre habían interferido. Si entendí bien al Maestro, tendré que aprender a jugar sin consciencia, sin tensión y sin pensamientos. ¿Fue eso lo que ocurrió cuando di el golpe perfecto? Apuesto que sí.