Algunos piensan que esta afirmación no es literal. Pueden tener razón, el planeta no parece ser un organismo viviente. Sin embargo, yo sospecho que hay mucho de cierto en ella. La llamada hipótesis Gaia fue propuesta por James Lovelock en 1969, al sugerir que la biosfera regula las condiciones químicas del planeta en una especie de homeostasis que lo hace apto para el florecimiento de la vida.
La ciencia tradicional no acepta aun que la Tierra es un organismo vivo, pero cada día hay más científicos que piensan que en nuestro planeta, desde que se dieron las condiciones para que surgiera la vida, la propia vida fue gradualmente asumiendo el control del equilibrio químico del entorno para hacerlo más fecundo.
Aceptemos que decir que la Tierra está viva es una metáfora. En esa misma línea, quisiera proponer lo siguiente:
¡La Vida está viva!
Tal vez esta declaración sea más aceptable. Y no se trata de un oximorón. Se trata de una intuición profunda...
Aceptemos que decir que la Tierra está viva es una metáfora. En esa misma línea, quisiera proponer lo siguiente:
¡La Vida está viva!
Tal vez esta declaración sea más aceptable. Y no se trata de un oximorón. Se trata de una intuición profunda...
Estoy convencido de que la vida actúa como un macroorganismo que co-evoluciona con el medioambiente buscando generar vida más compleja. Creo que la Vida existe como un ser colectivo. Buscando perfeccionarse. La Naturaleza y la Tierra interactúan para mantener un equilibrio fértil explorando múltiples posibilidades de engendrar más vida. Son socias evolutivas regando el árbol de la vida...
Supongamos entonces que la Vida es un enorme macroorganismo, compuesto por todos los seres vivos del planeta. Todo lo viviente, desde las bacterias pasando por las plantas y todos los animales hasta los humanos, somos parte de este gigantesco organismo que busca perpetuarse. Y cada uno de los seres vivientes debe cumplir una función individual y otra colectiva para contribuir a la gran aventura de perfeccionamiento vital en que estamos inmersos.
No es difícil de imaginar. Cada persona ya es un macroorganismo, compuesta por cientos de billones de bacterias y virus, miles de millones de hongos y caros, cada uno con miles de especies diferentes que habitan en nuestro cuerpo cuya enorme mayoría es beneficiosa para la salud. Tenemos también billones de células y neuronas que se especializan en diferentes tareas con el fin de lograr el equilibrio homeostático que nos permite vivir.
Podemos entonces imaginar que somos células humanas del gran macroorganismo de la Vida que habita en la Tierra, donde convivimos con trillones de otros seres con los que tenemos una asociación simbiótica que nos permite mantener la hospitalidad del planeta. Creemos que somos seres independientes y que poseemos libre albedrío, sin tomar consciencia de que nuestra obligación colectiva más fundamental es cuidar de nuestro hogar común. La Vida es altruista y busca maximizar el bien común.
Este ha sido el gran error humano: el hombre es egoísta y pretende maximizar su propio bienestar.
Así como nosotros mismos tenemos un sistema inmunológico que combate los organismos antes de que nos causen daños irreversibles, la Vida también parece tener un poderoso ejército interno que la protege de los patógenos más perversos.
Si la Vida fuese un enorme macroorganismo, se defendería furiosamente contra el ser humano por ser la principal amenaza para su supervivencia. Y eso pareciera que es lo que está ocurriendo. Hemos provocado fiebre en su cuerpo y las primeras tropas han sido enviadas para controlar el daño provocado por la humanidad. El Coronavirus es una reacción defensiva de la Vida. Ataca a las células egoístas e inmaduras. Pero es benigna: ataca a los más viejos y rígidos, dando una oportunidad de cambio a los más jóvenes y flexibles.
Esta primera reacción defensiva nos da la oportunidad de comprender que tenemos una responsabilidad mayor que nuestro bienestar individual y permitirnos cambiar de comportamiento para contribuir colectivamente a su salud. Necesitamos madurar. Debemos aprovechar esta oportunidad para reconocer que somos parte interesada en la salud de la Vida e intentar disminuir el impacto de nuestras actividades en el clima.
Es bien probable que esta vez no aprendamos la lección, porque somos demasiado soberbios y entonces estaríamos expuestos a una segunda reacción defensiva de la Vida. Tendríamos entonces una verdadera pandemia que pretendería eliminarnos definitivamente. Extinguirnos.
La Vida se está defendiendo del daño que le estamos haciendo. Y seguirá haciéndolo si no cambiamos de manera de pensar. Necesitamos una masa crítica de personas de buena voluntad que presione para que el ser humano respete la vida en cualquiera de sus expresiones y recuperemos el sentido ecológico de saber que todos los seres vivientes estamos conectados, intrínsecamente conectados. Necesitamos cuidar y proteger la vida. Amarla y respetarla. Divinizarla. La Vida es sagrada.
Cada especie animal es un experimento de la Vida para perfeccionarse. El ser humano ha sido una experiencia interesante pero peligrosa. Parece ser una apuesta fallida que hay que terminar.
¡La Vida se está defendiendo de nosotros!
¿No les parece aterrador?
Podemos entonces imaginar que somos células humanas del gran macroorganismo de la Vida que habita en la Tierra, donde convivimos con trillones de otros seres con los que tenemos una asociación simbiótica que nos permite mantener la hospitalidad del planeta. Creemos que somos seres independientes y que poseemos libre albedrío, sin tomar consciencia de que nuestra obligación colectiva más fundamental es cuidar de nuestro hogar común. La Vida es altruista y busca maximizar el bien común.
Este ha sido el gran error humano: el hombre es egoísta y pretende maximizar su propio bienestar.
Así como nosotros mismos tenemos un sistema inmunológico que combate los organismos antes de que nos causen daños irreversibles, la Vida también parece tener un poderoso ejército interno que la protege de los patógenos más perversos.
Si la Vida fuese un enorme macroorganismo, se defendería furiosamente contra el ser humano por ser la principal amenaza para su supervivencia. Y eso pareciera que es lo que está ocurriendo. Hemos provocado fiebre en su cuerpo y las primeras tropas han sido enviadas para controlar el daño provocado por la humanidad. El Coronavirus es una reacción defensiva de la Vida. Ataca a las células egoístas e inmaduras. Pero es benigna: ataca a los más viejos y rígidos, dando una oportunidad de cambio a los más jóvenes y flexibles.
Esta primera reacción defensiva nos da la oportunidad de comprender que tenemos una responsabilidad mayor que nuestro bienestar individual y permitirnos cambiar de comportamiento para contribuir colectivamente a su salud. Necesitamos madurar. Debemos aprovechar esta oportunidad para reconocer que somos parte interesada en la salud de la Vida e intentar disminuir el impacto de nuestras actividades en el clima.
La Vida se está defendiendo del daño que le estamos haciendo. Y seguirá haciéndolo si no cambiamos de manera de pensar. Necesitamos una masa crítica de personas de buena voluntad que presione para que el ser humano respete la vida en cualquiera de sus expresiones y recuperemos el sentido ecológico de saber que todos los seres vivientes estamos conectados, intrínsecamente conectados. Necesitamos cuidar y proteger la vida. Amarla y respetarla. Divinizarla. La Vida es sagrada.
Cada especie animal es un experimento de la Vida para perfeccionarse. El ser humano ha sido una experiencia interesante pero peligrosa. Parece ser una apuesta fallida que hay que terminar.
¡La Vida se está defendiendo de nosotros!
¿No les parece aterrador?