Página del autor en Amazon

jueves, 28 de diciembre de 2017

7 años

Siete años llevo escribiendo este blog. Siete años intentando mejorar la educación desde esta tribuna. Ofreciendo ideas y compartiendo experiencias exitosas. Desahogándome con ustedes ante la fosilización de un sistema educativo diseñado con criterios industriales, apropiado para otra época. Porque bien entrado el siglo XXI cuesta justificar la forma en que educamos en este país. Siete años es suficiente. 
Porque después de ver los resultados de la PSU, se reitera una vez más, lo perdidas que han estado nuestras autoridades educativas. Nadie que esté medianamente informado y que sea imparcial en el análisis puede desconocer que, según el propio criterio del CRUCH, la educación privada es muy superior a la educación pública. Y digo según el criterio del CRUCH, porque la PSU es la vara que usan para admitir a los estudiantes a la universidad. 
Los categóricos resultados de la PSU demuestran que los colegios privados cubren los contenidos. Al parecer, los colegios públicos no lo hacen. Pueden esgrimir excusas, es cierto, la falta de recursos y el capital cultural, entre muchas otras justificaciones. Pero no pueden desconocer los impactantes resultados que demuestran, una y otra vez, desde hace decenas de años, que la educación privada logra mejor los objetivos educacionales requeridos para los egresados de la educación secundaria. Si hablamos de aprendizajes, la educación privada es superior. Muchísimo mejor que la educación pública. Esta gran verdad sólo puede ser tergiversada por mentes ideológicamente sesgadas. 
¿Injusto?
Por cierto. Hoy, solo los que pueden pagar, tienen acceso a una buena educación. La cancha está desnivelada. Eso lo sabemos. Eso lo reconocemos. 
Lo que resulta paradójico es que los colegios particulares subvencionados sean castigados por este desnivel. Porque justamente allí estaba la receta para mejorar. Esos colegios estaban copiando lo que estaba haciendo bien la educación privada. Lograban mayor eficiencia y mayor compromiso. Reconocían e incentivaban las buenas prácticas. 
Y tal vez, algunos pocos sostenedores, abusaban lucrando más allá de lo razonable. Ni siquiera creo que hayan sido mayoría. A mi juicio, eran casos muy singulares. La motivación de los sostenedores normalmente partía por la vocación educativa y la responsabilidad social. Pues bien, esa energía emprendedora fue aplastada con una mala reforma. En el futuro la calidad de la educación pública seguirá bajando. No puedo conformarme. 
Es que se ha satanizado al lucro, haciéndolo responsable del desnivel. Y debo agregar que este diagnóstico es tuerto. Es cierto que el alto nivel de nuestra educación privada –la mejor de latinoamérica– exige un estándar superior. Pero no es menos cierto, que el bajo nivel de la educación pública es el verdadero problema. En lugar de focalizarnos en rellenar la cancha, allí donde el nivel es bajo, como debería ser, hemos optado por rebajar el nivel de los colegios subvencionados. Bajarlos de los patines. El resultado de este "tratamiento", provocará un hoyo educativo que ante el diluvio de información de la era tecnológica, sencillamente inundará los colegios públicos. Extrayendo material, se puede emparejar la cancha, pero el nivel del juego siempre será inferior. 
En lugar de usar una retroexcavadora, habría que haber traído muchos camiones con buena tierra, compactarla con buenos apisonadores y esparcirla con motoniveladoras. Habría que haberse preocupado de la calidad. Pero de subirla, no de bajarla. Nivelando hacia arriba.
Lamento que la visión de nuestras autoridades haya sido tan tuerta. Han usado la educación sin visión de largo plazo. Han abusado de ella. Parece que ellos prefieren vivir en un país de ciegos. Lo más curioso es que educan a sus hijos en la educación privada, dotándolos de ventajas indebidas y por supuesto, acrecentando el desnivel. Ellos no buscan justicia. Buscan justicia, con un tinte de venganza por no haber sido admitidos al club y quieren asegurarse que sus hijos, si pertenezcan a la elite. Deberían tener vergüenza. Detrás de muchas de estas posturas populistas, sospecho que hay mucho resentimiento. Lástima por Chile.
Ante tal escenario, prefiero optar por tomar cierta distancia. Es probable que yo también esté aquejado del mismo mal. En cierta forma, reconozco que todos somos tuertos. Vemos lo que queremos ver. Y cuando los demás no ven lo mismo, creemos que son ellos los equivocados. Tal vez yo esté tremendamente equivocado. Por eso, dejaré por un tiempo de quejarme, con la esperanza de descansar mi visión y recuperar la paz interior. 
Dejaré de postear, confiando en que la dirección del cambio es tan evidente, que tarde o temprano nuestras autoridades y los profesores, se preocuparán de mejorar la calidad. 
Por todo lo anterior, me despido por un tiempo y les deseo un ¡feliz año 2018!

viernes, 22 de diciembre de 2017

Hacia un país más limpio

He interrumpido mis posteos semanales, para tomar cierta distancia de lo que ha ocurrido en nuestro país, enfrascado en una discusión político-ideológica acerca del rumbo que debe tomar nuestro futuro gobierno. 

La reciente elección presidencial, fue un proceso interesante y por cierto admirable. La primera etapa, donde participaron varios candidatos, permitió ver una diversidad ideológica que estaba escondida detrás del antiguo sistema binominal. Lo que nos permite llegar a primera gran conclusión: Somos mucho más diversos de lo que creemos

De allí se desprende que si queremos vivir en armonía, tenemos que ser más tolerantes. Mucho más. En nuestro país, conviven miradas ultraconservadoras con posturas ultraprogresistas. Somos un pueblo variopinto. Y tenemos opiniones diferentes. Todas tienen una cuota de validez. Pero si nadie tiene derecho a sentirse dueño de la verdad, tampoco nadie debe ser excluido. Por eso, debemos construir un país inclusivo. En esta larga y angosta faja de tierra, no sobran personas. Falta respeto por las opiniones de los demás. Falta educación cívica y formación democrática.

Habiendo dicho lo anterior, ningún candidato pudo obtener mayoría absoluta y los dos que pasaron a segunda vuelta, representaban las coaliciones tradicionales de centro izquierda y centro derecha. Es decir, para elegir al presidente volvimos al esquema binominal. Chile quiere cambios graduales. 

En esta primera vuelta, la frugal participación democrática, que ahora es voluntaria, demostró que existe una gran desconfianza con la clase política. Pocos votaron por los candidatos a la presidencia, menos votaron por los candidatos al parlamento y muchos menos por las autoridades regionales. Algunos nombres emblemáticos se perdieron, demostrando que no basta la trayectoria. Al contrario, la mayoría piensa que el poder corrompe. La reciente conducta de nuestras autoridades no ha hecho sino reafirmar este viejo dicho. Los chilenos votaron por la alternancia en el poder, porque el desprestigio de los políticos es transversal. Y mientras más poder tienen, más se quieren atornillar a sus puestos. En democracia, la alternancia que hemos visto entre Bachelet y Piñera, transmite un descontento con el accionar de las autoridades políticas. Es que ahora existe una transparencia que antes no existía. Las conductas que antes eran aceptables, ya no lo son. Esto permite llegar a la segunda conclusión: La vara ética con que medimos a las autoridades ha subido.
A pesar de este diagnóstico, nuestros "honorables" parecen insensibles a estas nuevas exigencias y continúan actuando como siempre: Ampliando el número de congresistas, subiéndose los sueldos, ofreciendo puestos en el Congreso a los que han sido castigados por el voto popular y cambiando sus horarios de trabajo a su propio arbitrio. Tarde o temprano, serán castigados. El estándar ético seguirá subiendo, lo que permitirá que solo sobrevivan aquellos que cambien. El descaro de un diputado, exigiendo nombres y sueldos de periodistas de un canal de TV, por denunciar estos hechos, fue un chiste malo, que pronto será reprochado por el monstruo popular. 

Pero volvamos a las elecciones. Son la voz del pueblo. En el balotaje, la participación creció considerablemente. Es que los chilenos queremos a nuestro país y somos cívicamente responsables. No nos daba lo mismo quien condujera al país. Y al ver los resultados, claramente favorables a la oposición, llegamos a la principal conclusión: No queremos más de lo mismo

Según esta interpretación, la continuidad fue castigada. Hay un claro mandato para cambiar. Pero no me parece que el cambio exigido sea respecto del modelo económico. 
Entonces... ¿qué es lo que queremos cambiar?

Veamos..., las 2 candidaturas eran expresiones del mismo modelo con matices, una más social y otra más pragmática. Tal vez la alternancia apunta hacia el camino recto y el camino del medio. Es razonable pensar que Chile quiere estabilidad. 

Por otra parte, los 2 fenómenos más relevantes de la primera vuelta fueron: 

Una derecha menos conservadora y más liberal, expresada en la votación de Evópoli y una izquierda que se avergüenza de las prácticas tradicionales en política, expresada en el respaldo a la figura de Beatriz Sanchez.

Creo que el candidato que triunfó –y lo hizo categóricamente–, leyó bien el clamor popular después de la primera vuelta. Reconoció sus errores anteriores, pidió perdón y prometió cambios. Se refería a cambios en los estándares, ya que denunció la incipiente corrupción que amenaza con destruir a nuestro país. Esto, a mi parecer, fue determinante. La promesa que venció esta vez en las urnas, proponía indirectamente, mejorar la forma de hacer política. 

Curiosamente se trata del mismo mensaje del Frente Amplio. Y por eso atrajo muchos votos desde allí. Votos que no son ideológicos. Votos más pragmáticos, de jóvenes que pretenden sanar la política. Tengo la impresión de que ese es el gran cambio que queremos. Queremos una mejor política. Tan simple y sin embargo, nada de trivial. Como lo demuestra el respaldo que tienen figuras como Boric o Jackson. No se trata de las ideas políticas que tienen, se valora su actitud. Queremos parlamentarios honrados con sueldos razonables, sin privilegios y dispuestos a rendir cuentas. 

Por el bien del país, espero que el próximo gobierno sea republicano. Un gobierno para todos los chilenos, en su amplia diversidad. Que logre consensos, que exija probidad y transparencia. Que logre hacer de la política una actividad honrosa. Aunque esta sea su único logro, ese cambio transformará al país en términos culturales y permitirá el asalto al desarrollo definitivo. Porque el lastre que hemos debido soportar para mostrar nuestro verdadero potencial, es de carácter ético. 

Ojalá Sebastián Piñera logre un gobierno inclusivo, orientado al cambio de calidad en la política. Ojalá la oposición acepte el desafío y se una al gran proyecto de un Chile honrado. Sin renunciar a ser oposición o a defender sus ideas. Ojalá que nuestros políticos, de todas las tendencias, se unan en pos de la probidad. Que sean capaces de enterrar sus intereses mezquinos y pongan al bienestar de Chile antes que nada. Ese es el gran legado que la clase política puede dejarle a nuestros compatriotas en los próximos 4 años. Y sospecho que el presidente electo tiene el mismo diagnóstico. Apenas supo los resultados habló de unidad y de consensos. Y ahora está exigiendo colaboradores intachables. Espero los encuentre, aunque no lo tiene fácil. 

Sobre todo, durante los próximos 4 años, él mismo tendrá que tener una conducta impecable. Porque todos somos perfectibles. Humanos. Incluso él. Especialmente él.

Hoy debemos respetar la democracia, reforzarla con educación cívica y educación valórica. Unirnos a esa idea de pedir perdón por nuestros anteriores errores y ser más exigentes con nuestros propios estándares éticos. Debemos convertir a Chile en un país limpio. Propongo pues que nos regalemos un buen detergente en estas navidades como símbolo de nuestro compromiso con el actuar ético. Y a nuestras autoridades recién electas, podemos regalarles una garrocha, ya que tendrán que subir el nivel de su comportamiento.

En la víspera de esta Navidad, deseo que los chilenos seamos más tolerantes, flexibles y transparentes. Deseo que veamos a nuestras autoridades ponerse a la altura de las exigencias éticas del siglo XXI y que el 2018 sea el año que ellos –todos los políticos juntos–, declaren la guerra a la corrupción. 

Solo así viviremos en armonía. Solo así estaremos orgullosos de ser chilenos. Solo así viviremos en un país más limpio. 


¡Feliz Navidad a todos!