Voy a confesarles una receta que me ayuda enormemente a ser feliz. Se trata de un comportamiento que se manifestaba en todos los actos y en cada palabra de una joven y radiante amiga, que conocí hace ya varios años. Era su secreto para ser feliz. Ella me lo confió y ahora quiero compartirlo con ustedes.
Desde que la ví, me pareció que esa joven era una persona diferente. Auténtica como pocas. Acompañaba sus pasos inquietos con una actitud amorosa que dejaba siempre una estela de sonrisas en su camino. Expelía una felicidad contagiosa. De trancos ágiles y sonrisa franca, esta joven se esforzaba por hacer que todos aquellos que se cruzaban con ella, quedaran contentos. Decía que su tarea era incrementar la felicidad en el Universo. Siempre tenía gestos de cortesía y amabilidad hacia los demás. Sin egoísmo alguno, habitualmente se desviaba de su curso para desearle a alguien buena suerte. Su tarea autoimpuesta consistía en regalar buenas vibras y se sentía muy afortunada de cumplir con esa responsabilidad.
Lo más impresionante es que ella no tenía una vida fácil. Más bien todo lo contrario. Si alguien hubiese tenido razones para hacerse víctima de las circunstancias, era ella. Su vida estaba llena de algunos fracasos estrepitosos y varias desilusiones. Su infancia fue algo triste y sus padres la hirieron profundamente. Pero ahora era evidentemente una mujer plenamente realizada, aunque su alma estuviese llena de cicatrices. A pesar de su compleja historia, se hacía cargo de sus errores con gran elegancia y dignidad. Sabía perdonarse. Y también sabía perdonar a los demás. En eso era francamente notable.
Un día se me acercó para agradecerme algo y entonces aproveché de preguntarle cómo hacía para estar siempre tan feliz. ¿Saben qué me contestó?
"Me ocurrió por casualidad", dijo, como disculpándose. "Yo quería agradecerle a la vida y decidí que mi tarea era contribuir a incrementar la felicidad en el ambiente. Todos los que vivían a mi alrededor habitualmente andaban malhumorados y eso, yo lo podía cambiar. Me propuse hacer feliz a quien se cruzara en mi camino. Ese iba a ser mi compromiso para que honrar la vida que me había tocado vivir."
La miré con cierta ironía. Supongo que con algo de incredulidad. Y ella continuó encantada, relatándome su experiencia, a pesar de mi actitud...
"No fue fácil cambiar mi conducta, pero ser agradecida y gentil con los demás, me hacía bien. Me sentía mejor conmigo misma. Y así comencé a distribuir sonrisas y buenos deseos. Saludé con cariño, abracé con entusiasmo y me relacioné con amabilidad. Entregué buenas vibras y deseé, con total sinceridad, que le fuera bien a los demás. Descubrí entonces, que la felicidad es contagiosa".
A estas alturas de su explicación, su entusiamo era evidente. Me pareció obvio que ella quería aconsejarme de corazón y que con sus palabras me estaba desafiando a cambiar mi actitud y aceptar la tarea de aumentar la felicidad ambiente...
"El resultado inesperado pero natural de intentar ser más amable, más respetuosa, de ayudar a los demás y desearles éxito en lo que estuviesen haciendo, fue que ellos, naturalmente y de mutuo propio, comenzaron a desearme bienestar a mí. Mis genuinos deseos eran correspondidos. Y pronto, muchas, pero muchísimas personas estaban enviándome buenas vibraciones a mi. Todo cambió rápidamente. Me llegaba energía positiva desde muchas partes. Y así descubrí que ser feliz es fácil, cuando haces felices a los demás".
Fue entonces cuando sacó de su cartera una tarjeta. Tenía dibujada una carita sonriente, mirando hacia arriba hacia donde ella había escrito las palabras mágicas: ¿Cómo aumentar la felicidad? Ella me explicó:
"Este es mi recordatorio. Cada vez que tengo tiempo, leo estas palabras y renuevo mi compromiso por aumentar la felicidad a mi alrededor. Siempre hay una forma de aumentar la felicidad a nuestro alrededor. Es mi receta para hacer felices a los demás y recibir felicidad de vuelta. Te recomiendo usarla".
Me regaló la tarjeta y se fue sonriendo, como era habitual, incluso antes de pudiese terminar de agradecerle. Guardé la tarjeta en mi billetera pero pasaron varios días hasta que me atreví a hacerle caso. Una mañana leí las palabras mágicas: ¿Cómo aumentar la felicidad? Y en ese momento, decidí contribuir a la felicidad de otros, con una conducta diferente. Actuando con generosidad emocional. Después de un par de días de entrenamiento, ya me sentía más cómodo con el encargo de generar felicidad en mi entorno. Y asombrosamente, todo cambió. Comencé a tener resultados inesperados. Mis esfuerzos tuvieron más éxito que antes y percibía mejores vibras a mi alrededor. Las cosas empezaron a resultar mucho más rápido y sin tanto esfuerzo. Negocios que estaban estancados se cerraron como por arte de magia. Incluso algunos de mis problemas de salud desaparecieron. Parecía un milagro, pero ese angelito tenía toda la razón. Cuando se volvió a encontrar conmigo y, notando mi nuevo comportamiento, me dijo con alegre complicidad:
"Hacer felices a otros y ser felices nosotros es parte de este maravilloso viaje en el que estamos embarcados, ¿no te parece?".
Háganlo y verán que es una receta milagrosa.