Hace algunas semanas, tomaba un café con un viejo amigo, bastante
agudo, punzante e irreverente. Intentaba explicarle porqué había decidido
trabajar en educación. Me interrumpió
abruptamente e hizo uno de esos comentarios que se quedan dando vueltas en la
mente.
-Francamente, no entiendo porqué decidiste trabajar en un gallinero-
y siguió tomando su café como si no hubiese pasado nada.
Recuerdo que me reí, sin saber si era una risa nerviosa o una
forma de disimular el golpe, pero no le contesté. La verdad, no supe qué
contestarle. Como era su costumbre, me había descolocado. Somos muy distintos,
y por lo mismo tengo demasiado respeto por él como para suponer que era un
comentario al azar. Nuestra conversación continuó, con la implícita promesa de
volver sobre el tema.
Me llevé la tarea para la casa. Tendría que consultar con la
almohada. ¿Acaso se refería a que en la educación solo trabajaban personas
miedosas? Podría ser, puesto que es bastante conocido el dicho en inglés: “If
you can, do; if you cant, teach”, en referencia a la proverbial diferencia
entre la teoría y la práctica y por supuesto a que la educación está repleta de
teóricos sin la valentía suficiente como para asumir riesgos. Demasiados
profesores creen que saben, pero no se atreven a demostrarlo. Ni siquiera a
ellos mismos. No hay nada más enemigo de la reflexión que creer que sabemos y
perder la curiosidad de encontrar aquello que no sabemos y mantener la
convicción de que hay mucho más que no sabemos que no sabemos. En eso, mi amigo
tenía un punto. Muchos profesores no se respetan a sí mismos. No lo suficiente
para mantener viva la ilusión que los llevó a elegir el camino de la pedagogía.
Lo que es peor, la sociedad tampoco los respeta y sin embargo, les encarga la
formación de nuestros jóvenes.
Esto coincidía plenamente con mi absoluta convicción de que uno de
los principales desafíos de la educación, era recuperar la dignidad de la
profesión docente.
Pero como corresponde a una metáfora interesante, también podría
tener otro sentido. Por ejemplo, indicar que los de arriba “perjudicaban” a los
de abajo. Como en un gallinero. En medio de la discusión sobre el lucro y de la
rebelión estudiantil, eran evidentes los excesos del poder y la excesiva
jerarquización del sistema. No me refiero solo a la estructura organizacional.
El castigo y la violencia siempre se ensaña con los diferentes. Finalmente, los
estudiantes y entre ellos, los más pequeños, son los más perjudicados.
Esto también coincidía con mi deseo de “aplanar” y democratizar el
mundo educacional, entendiendo que se trata de enseñar a nuestros jóvenes a
convivir en el respeto. No se puede aprender a respetar en un ambiente de
obediencia irreflexiva, de castigos desproporcionados o donde el bullying es
tolerado. Necesitamos recuperar el respeto en la convivencia escolar.
Bueno, también podría haberse referido a la estandarización de los
procesos y de los alumnos. Gallinas ponedoras y pollitos homogéneos, de acuerdo
con las preferencias del mercado. Efectivamente un gallinero representaba bien
a un sistema educacional orientado a la producción sistemática de estudiantes
capacitados para ser un engranaje de la economía.
Esa interpretación concordaba con mi postura de que hay
que personalizar a la educación.
O tal vez, se refería a la protección del gallinero, cuyos muros
resguardan a los pollos y gallinas de
los peligros del mundo real. Tal vez hablaba de colegios, ramos y aulas
desconectadas de la sociedad. Esto se parecía a mi deseo de eliminar los
límites del aula y del colegio. La educación debe entenderse como un proceso
de convivencia social continuo y permanente. No empieza ni termina al
cruzar los límites de la escuela.
Pero algo me hacía pensar que su intención era señalar que en la
educación los estudiantes no aprendían a volar. Muy en la línea de mi idea de
que los
estudiantes deben hacerse responsables de su educación, desarrollar pensamiento
independiente y convertirse en emprendedores responsables.
Después de todo, la imagen de la educación como un gallinero ya no
me parece tan agraviante. Capaz que haya sido su forma de señalarme los
desafíos que debía enfrentar. La próxima vez que nos juntemos a tomar un café,
le preguntaré a qué se refería con trabajar en un gallinero. Tal vez me vuelva
a sorprender.