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sábado, 21 de julio de 2012

¿Gallinero?


Hace algunas semanas, tomaba un café con un viejo amigo, bastante agudo, punzante e irreverente. Intentaba explicarle porqué había decidido trabajar en educación.  Me interrumpió abruptamente e hizo uno de esos comentarios que se quedan dando vueltas en la mente.

-Francamente, no entiendo porqué decidiste trabajar en un gallinero- y siguió tomando su café como si no hubiese pasado nada.

Recuerdo que me reí, sin saber si era una risa nerviosa o una forma de disimular el golpe, pero no le contesté. La verdad, no supe qué contestarle. Como era su costumbre, me había descolocado. Somos muy distintos, y por lo mismo tengo demasiado respeto por él como para suponer que era un comentario al azar. Nuestra conversación continuó, con la implícita promesa de volver sobre el tema.

Me llevé la tarea para la casa. Tendría que consultar con la almohada. ¿Acaso se refería a que en la educación solo trabajaban personas miedosas? Podría ser, puesto que es bastante conocido el dicho en inglés: “If you can, do; if you cant, teach”, en referencia a la proverbial diferencia entre la teoría y la práctica y por supuesto a que la educación está repleta de teóricos sin la valentía suficiente como para asumir riesgos. Demasiados profesores creen que saben, pero no se atreven a demostrarlo. Ni siquiera a ellos mismos. No hay nada más enemigo de la reflexión que creer que sabemos y perder la curiosidad de encontrar aquello que no sabemos y mantener la convicción de que hay mucho más que no sabemos que no sabemos. En eso, mi amigo tenía un punto. Muchos profesores no se respetan a sí mismos. No lo suficiente para mantener viva la ilusión que los llevó a elegir el camino de la pedagogía. Lo que es peor, la sociedad tampoco los respeta y sin embargo, les encarga la formación de nuestros jóvenes.
Esto coincidía plenamente con mi absoluta convicción de que uno de los principales desafíos de la educación, era recuperar la dignidad de la profesión docente.

Pero como corresponde a una metáfora interesante, también podría tener otro sentido. Por ejemplo, indicar que los de arriba “perjudicaban” a los de abajo. Como en un gallinero. En medio de la discusión sobre el lucro y de la rebelión estudiantil, eran evidentes los excesos del poder y la excesiva jerarquización del sistema. No me refiero solo a la estructura organizacional. El castigo y la violencia siempre se ensaña con los diferentes. Finalmente, los estudiantes y entre ellos, los más pequeños, son los más perjudicados.
Esto también coincidía con mi deseo de “aplanar” y democratizar el mundo educacional, entendiendo que se trata de enseñar a nuestros jóvenes a convivir en el respeto. No se puede aprender a respetar en un ambiente de obediencia irreflexiva, de castigos desproporcionados o donde el bullying es tolerado. Necesitamos recuperar el respeto en la convivencia escolar.

Bueno, también podría haberse referido a la estandarización de los procesos y de los alumnos. Gallinas ponedoras y pollitos homogéneos, de acuerdo con las preferencias del mercado. Efectivamente un gallinero representaba bien a un sistema educacional orientado a la producción sistemática de estudiantes capacitados para ser un engranaje de la economía.
Esa interpretación concordaba con mi postura de que hay que personalizar a la educación.

O tal vez, se refería a la protección del gallinero, cuyos muros resguardan a los  pollos y gallinas de los peligros del mundo real. Tal vez hablaba de colegios, ramos y aulas desconectadas de la sociedad. Esto se parecía a mi deseo de eliminar los límites del aula y del colegio. La educación debe entenderse como un proceso de convivencia social continuo y permanente. No empieza ni termina al cruzar los límites de la escuela.

Pero algo me hacía pensar que su intención era señalar que en la educación los estudiantes no aprendían a volar. Muy en la línea de mi idea de que los estudiantes deben hacerse responsables de su educación, desarrollar pensamiento independiente y convertirse en emprendedores responsables.

Después de todo, la imagen de la educación como un gallinero ya no me parece tan agraviante. Capaz que haya sido su forma de señalarme los desafíos que debía enfrentar. La próxima vez que nos juntemos a tomar un café, le preguntaré a qué se refería con trabajar en un gallinero. Tal vez me vuelva a sorprender.