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lunes, 20 de febrero de 2017

La última película de Ricardo Larraín

Durante los 18 días de vacaciones, he estado ocupado en un proyecto nuevo. Una novela que relata la historia de transformación de un colegio. En realidad es un guión, porque está pensado como una película, en homenaje al cineasta Ricardo Larraín, con quien me unió una fugaz pero profunda amistad. Hace un poco más de un año, lo invité a participar en este proyecto, y aceptó honrado y encantado aunque él ya sabía que nos dejaría pronto. En cosa de días, había fallecido.

Sin embargo, debo decir que me sentí apoyado y acompañado por su energía durante este verano y toda la inspiración que alimentó la narrativa de esta historia proviene de sus "segundos de oscuridad"... Ahora que el argumento general de la historia está escrito, la tarea es transformarla en un libro y ojalá finalmente en una buena película. 

En palabras de Larraín: “En el cine el movimiento no existe, es una creación de la mente, lo que entendemos como movimiento es en realidad una secuencia de imágenes que corren a tal velocidad que crean en nuestros cerebros la ilusión del movimiento." 
“Entre cuadro y cuadro existe un espacio de oscuridad: es ahí en donde se produce el aprendizaje que importa. La educación del futuro tiene que ver con aprender a utilizar esos segundos de oscuridad. El cuerpo es la cerradura del presente, y el presente la puerta de entrada a la conciencia, a esos segundos de oscuridad. La vida consiste en aprovechar esos segundos de oscuridad”. 

Ricardo Larraín sostenía que ese espacio de oscuridad era un contenedor infinito de conocimientos que hoy no estamos utilizando y que nos podría ayudar a comprender mejor nuestro potencial como especie. Sin lugar a dudas, estaba hablando de los registros akáshicos de las religiones ancestrales o del inconsciente colectivo de Carl Jung. 

"Los seres vivos respiran, laten, todo en la naturaleza parece estar enraizado en esa alternancia y complemento que significa, por ejemplo, inspirar y expirar, expandir y contraer, como la marea, ir y venir, en un constante balanceo o vibración. Esos movimientos son la expresión misma de la vida que se manifiesta en ellos. Puede verse como una oscilación entre dos polaridades que se complementan haciéndose indivisibles". 

El ritmo de la vida del que habla Ricardo es el yin y el yang de la existencia. Luz y oscuridad. Día y noche. Vida y muerte. Bien y mal. 

Y allí, en la oscilación entre uno y otro, se produce el cambio. La adaptación. La evolución. El entendimiento. El aprendizaje. La inspiración. 

Según él, necesitamos conectarnos con el silencio profundo de la oscuridad para orientarnos en los momentos de crisis. Creo interpretarlo bien, cuando señalo que, los humanos debemos aprender a encontrar esa fuente de sabiduría. Y nada en la educación de hoy, nos orienta hacia allá. Una lástima por los niños. 

Por eso la transformación del colegio es descrita desde las crisis existenciales que viven, tanto el propio colegio, como dos de sus rectores y por supuesto, también una estudiante muy especial. Una niña diferente, que será la esperanza para el futuro de la Humanidad. La transformación educativa es relatada desde las noches de oscuridad de estos personajes, entendiendo que sus propuestas son posibilidades para orientar el cambio que necesita la educación del siglo 21. Una educación que incorpora la emoción, la imaginación y la evolución. Y si tenemos éxito, este libro no solo será un faro que ilumine la nueva pedagogía sino que se convertirá en la última gran película de Ricardo Larraín. 

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