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lunes, 30 de mayo de 2016

Participar para cambiar la política

Cuando hemos perdido la confianza en nuestros políticos; cuando el desprestigio de los partidos es demasiado alto; cuando el interés por participar en la definición de una nueva constitución es bajísimo; cuando el gobierno no se atreve a mantener el orden durante las manifestaciones; cuando al legislar los intereses particulares se sobreponen al interés común; cuando los que están en el poder se molestan al tener que rendir cuentas; cuando la delincuencia y el terrorismo se validan y cuando la mayoría prefiere no votar... entonces tenemos una crisis política que es preludio de un cambio profundo en la forma de gobernar. 

Tenemos un democracia que no es verdadera democracia...Tenemos una democracia cínica y mentirosa. Que no respeta las mayorías. Y esto va a cambiar dentro de poco tiempo. 
Una verdadera democracia ante la abrumadora abstención que eligió a la presidenta, hubiese reconocido el triunfo del rechazo a los candidatos y habría repetido la elección presidencial con otros presidenciables. Una verdadera democracia no haría oídos sordos al resultado de las urnas. La extraordinaria mayoría que le adjudicaron a Michelle Bachelet fue una minoría que por lo demás resultó efímera. 
Lo que entendemos por democracia cambiará. Se hará mucho más flexible. Las autoridades no tendrán derecho a la reelección. No tendremos políticos perpetuándose en los cargos. Y quien sea elegido para defender ciertos principios o ideas, no podrá renunciar a ellos sin renunciar al cargo. Como tampoco podrá ejercer poder quien tenga una desaprobación demasiado alta. Habrá límites que impedirán que nuestros representantes tengan poderes absolutos. Y el fuero ya no los protegerá. 
Todo el sistema político sufrirá una metamorfosis necesaria para adaptarse a los nuevos tiempos. Los actuales sistemas, si bien cumplieron una función, están obsoletos. Y mientras antes lo veamos, mejor. 
La crisis que vive el sistema político es global. Una demostración clara y contundente de la necesidad de cambiar nuestra institucionalidad. Lo que tenemos ya dejó de ser legítimo. Lo que antes era tolerado, hoy está siendo condenado. La corrupción generalizada que vemos no es producto de un cambio en la calidad de nuestros políticos, sino más bien un cambio en lo que estamos dispuestos a tolerar. 
Es un cambio de conciencia colectiva que está afectando a todas las actividades. Allí, donde hay dolor en la sociedad, se necesitan cambios. Y hoy por hoy, lo que más nos duele es la incompetencia política. Esa incompetencia que nos impide convivir sanamente o ganarnos la vida en paz. Es tal el dolor que siente la sociedad, que están apareciendo algunos liderazgos peligrosos. Y ese es una gran amenaza.
Hay que redefinir la política y sin embargo esa redefinición solo pueden hacerla los mismos políticos. Confío en que sabrán comprender lo urgente del cambio y que tendrán la sabiduría para cuestionar sus propias premisas. Todas ellas. Es la única forma en que recuperaremos la fe en nuestras autoridades. Es la única manera de salir de esta encrucijada sin más dolor y pérdidas. 
No quiero dudar de la vocación de servicio de aquellos que eligieron participar en política, pero quiero despertarlos de la ceguera que produce el poder sin límites e implorar que reaccionen a tiempo para evitar que el sufrimiento de la sociedad sea mayor.
No me atrevo a vaticinar como será la nueva institucionalidad, pero me atrevo a sugerir que para implementarla se requerirán políticos con coraje, convicción y ecuanimidad. 

Y también me atrevo a recomendar que todos debiéramos participar. Habrán más partidos y nuevos movimientos. Propuestas diferentes e innovadoras. Ya no podemos ser un país de independientes. Los invito a conversar más de política y a participar en aquellas iniciativas que los identifiquen mejor. Hagamos de Chile un país civilizado.


Solo así podremos volver a enorgullecernos de ser chilenos. 

sábado, 21 de mayo de 2016

Intuyo a Dios

Intuyo que nada de lo que sucede es casualidad. Que el azar no existe. Que todo está tan profundamente interconectado que cada acontecimiento es producto de una especie de confabulación del universo para que aquello ocurra. Un pequeño hecho, aparentemente inocuo como un llamado telefónico equivocado, puede cambiar dramáticamente las circunstancias. Yo no habría escrito estas palabras si no hubiese contestado un llamado equivocado de alguien cuya voz me hizo evocar a mi padre. Y entonces, usted no estaría leyendo este artículo.
El presente es consecuencia de todo, absolutamente todo lo que ha ocurrido en el pasado. Cambien una pequeña cosa del pasado y el presente cambia dramáticamente. El presente es frágil e improbable. Por eso, sostengo que hay una razón profunda y misteriosa para este y cada momento. Vivimos en un universo en evolución y sospecho que se mueve en una dirección. Tiene un propósito.
Intuyo que nuestra historia individual está plagada de acontecimientos que provocamos nosotros mismos. Somos autores responsables de nuestra vida. Lo que vemos es lo que somos. Y lo que somos depende de lo que percibimos. Ser y percibir son dos caras de la misma moneda. Mi propio universo (el que yo percibo), está intrínsecamente conectado a mi nivel de conciencia. La expansión de mi mundo es coherente con mi expansión de conciencia. A medida que puedo procesar mayor cantidad de información, descubro cosas nuevas, sorprendentes e inesperadas. A nivel colectivo pasa algo similar. Los asombrosos descubrimientos que hemos encontrado en el cosmos, están relacionados con el nivel de conciencia que tenemos los seres humanos.
En consecuencia, sospecho que los astros tienen mucho que contarnos y que la denigrada astrología tiene algún fundamento que hemos preferido olvidar. Es muy posible que la configuración celestial influya en los acontecimientos que vivimos. Nada está completamente desconectado. Y si el universo es energía, entonces esa energía nos afecta. Como demostró Richard Tarnas, el cosmos y la psique humana, están relacionados.
Intuyo también que nacemos con una misión. En una familia que puede ayudarnos a lograrla. Y que en el transcurso de la vida nos encontramos con las personas adecuadas para superar los obstáculos que se nos aparecen. Todos nuestros parientes y amigos tienen algo que aportarnos. Todos conspiran para que cumplamos con nuestro objetivo. Y mientras seamos ciegos a esa misión, sus comportamientos serán un enigma. Pero cuando encontramos sentido a nuestras vidas, todo se aclara. Nuestra historia demuestra ser perfecta para cumplir nuestra tarea. Por eso es tan importante conocerse uno mismo.
Intuyo que somos uno. No somos seres independientes y egoístas que actúan por conveniencia. En realidad somos distintas manifestaciones de la Humanidad. Y creo que nuestras conciencias están conectadas. Intrínsecamente entrelazadas en un tejido sutil que forma la Noosfera de Teyllard de Chardin, o el Inconsciente Colectivo de Jung, o los registros Acásicos de las religiones ancestrales, allí es donde nos encontramos todos sin poder distinguirnos del otro. Allí está reunido todo el conocimiento humano. Y sospecho que en los sueños accedemos a esa información. Allí en esa dimensión onírica, donde el tiempo ,el espacio y los egos se funden, allí nos encontramos con el otro y nos reconocemos en su comportamiento. Allí somos uno.
Intuyo entonces, que somos inmortales. Nuestra energía puede cambiar de forma, puede transformarse, pero no extinguirse. Si ningún acontecimiento es inocuo, tampoco nosotros somos prescindibles. Nuestra presencia ha dejado huellas. Nuestra vida ha producido semillas que son ingredientes importantes para la receta evolutiva del universo porque, siguiendo el razonamiento de la navaja de Ockham, de no habernos necesitado, no hubiésemos existido. Somos actores relevantes en la aventura de la vida. Somos parte del plan cósmico que dio origen a la vida. Somos hijos de esa energía inconmensurable que partió con una Gran Explosión y que generó el extraordinario Universo en que vivimos.
Imagino, si me permiten un recurso artístico, esa Gran Explosión como una epifanía. Una toma de conciencia que cambia todo y que crea un nuevo escenario. Un “momento eureka”, que da origen a una aventura intelectual de proporciones cósmicas. Una nueva idea que merece ser explorada. Y la única mente que sería capaz de dirigir esa exploración es la mente de Dios (entendiendo a Dios como la inteligencia detrás de esa epifanía).
Y así, desde el escepticismo ante el azar, he llegado a encontrar explicaciones que se parecen mucho a las ideas religiosas que proponen a un Dios omnipotente y omnipresente, aunque sin pretender, ni remotamente, que esta reflexión sea una verdad indiscutible. Tal vez la idea de Dios sea una hipótesis que la ciencia debe tomarse más en serio. Tal vez la ciencia si necesita a Dios para explicar las anomalías que prefiere descartar. Tal vez Dios sea un recurso que le permita a la ciencia, superar sus propios dogmas. Como la mano invisible de Adam Smith...
Reconozco también los saltos cuánticos de la argumentación, pero me he dado ciertas licencias artísticas para expresar mis intuiciones más provocadoras, pues estos artículos pretenden estimular la imaginación de mis lectores.

Porque tal vez, usted y yo, seamos pensamientos de Dios.

domingo, 15 de mayo de 2016

Descubrir quien eres, es el secreto de la felicidad

Desde que nacemos, anhelamos encontrar y mantener la felicidad. Lamentablemente la buscamos en el lugar equivocado. A veces, pareciera que la encontramos, cuando conseguimos nuestros deseos y por lo tanto, la relacionamos con objetos, relaciones o actividades. Pero muy pronto nos percatamos de que esta es una ilusión. La correlación entre felicidad y nuestros deseos es efímera. Es una sensación pasajera. Ni el dinero, ni el amor, ni tampoco nuestras actividades, son capaces de darnos ese estado que tanto buscamos. Es cierto que pueden brindarnos el sabor de la felicidad (y de allí el espejismo), pero su efecto no es duradero. La acumulación de objetos, el poder del dinero, la conquista y el disfrute del placer, por ejemplo, son metas de vida de muchas personas.
Poco a poco, nos vamos desencantando con la promesa de alcanzar la felicidad al conseguir cosas externas. Nuestras experiencias nos demuestran una y otra vez, que la felicidad no se consigue satisfaciendo nuestros deseos. La felicidad no habita en nuestro exterior.
Y entonces, podemos insistir, exacerbando nuestra búsqueda y acumulando obsesivamente un objetivo tras otro, en una agotadora maratón por sentirnos bien, como hacen muchos en la sociedad materialista en que vivimos en Occidente. Pero esta búsqueda frenética no termina nunca. El deseo no se aplaca con el logro. Al contrario, nos regala algo de bienestar, pero al acostumbrarnos a tenerlo,  el deseo siempre aumenta y el premio al final del arcoíris sigue alejándose. Nuestra codicia parece ser inagotable.
O, usando otra estrategia, podemos iniciar una búsqueda espiritual, y buscar la felicidad en nuestro interior. Por ejemplo, en el estado mental que las religiones orientales llaman iluminación. Pero la felicidad tampoco habita en nuestro interior. No somos capaces de alcanzar un estado mental permanente de felicidad. La búsqueda solo cambia de lugar. Desde afuera a adentro. Sin embargo, sigue siendo una persecución inútil.
Debemos comprender que la felicidad no habita en lo material, ni en lo mental. El único lugar en donde encontraremos ese estado de pleno bienestar que llamamos felicidad, es en nuestra verdadera identidad. Allí, donde habita nuestra conciencia, esa esencia fundamental que me permite darme cuenta que existo, allí encontraremos aquello que buscamos.

Nuestra búsqueda entonces debiera orientarse a encontrar nuestra verdadera identidad. ¿Quién soy yo?, la pregunta fundamental, que pretende una respuesta más allá del  cuerpo o de la mente. Porque somos más que huesos, músculos y tejidos… y más que deseos, sueños y pensamientos. 
Somos aquello que permanece de nosotros en el tiempo. Somos conciencia, ese ente que está presente en nuestras vidas y experimenta lo que nos ocurre.  Descubrirla y encontrarnos en ella en cada momento, es lo que garantiza el fin de la búsqueda y el ansiado encuentro con la felicidad.
Por eso, en el frontis del templo de Apolo en Delphi, estaba escrita esa frase que es la base de la filosofía occidental: “Conócete a ti mismo”. Es una pista que nos legaron nuestros sabios ancestrales para alcanzar la felicidad. Porque el autoconocimiento es el verdadero mapa para encontrar la felicidad.
Si quieres ser feliz, ¡sé tu mismo!


lunes, 9 de mayo de 2016

El cuidado de nuestro cuerpo

El cuerpo es el vehículo en el que viajamos por la vida. Descuidarlo es poner en riesgo nuestra supervivencia. Es portador de nuestra herencia bio-cultural. En nuestra genética y en nuestra cultura están los aprendizajes más profundos de nuestros ancestros. A través de nuestro cuerpo, se nos ha regalado todo el potencial del pasado familiar. Allí están nuestras raíces y nuestra historia.

Pero el cuerpo vive en el presente, en el aquí y el ahora. Absorbiendo y transformando la energía a su alrededor. Evolucionando. Así, sostenida e inexorablemente, nuestro cuerpo procesa información y se adapta. Se va convirtiendo en el microcosmos del mundo que generamos con nuestros pensamientos, creencias y acciones. En efecto, allí habita nuestro espíritu. Somos nuestro cuerpo, en más sentidos que la dimensión material. Es la manifestación física de nuestra alma. Y por eso, nuestro cuerpo, nos guste o no, refleja quienes realmente somos.

La primera gran lección que debemos extraer de la vida es “aprender a cuidarnos”. Por eso la psicóloga Vinka Jackson sostiene que “la educación es inseparable del cuidado”. Nos toma años, alcanzar la autonomía. “Cuidar es una responsabilidad colectiva”, insiste. Necesitamos una ética del cuidado y la adecuada protección del sistema educativo para prepararnos a ser adultos conscientes.
Por su parte, la coreógrafa Karen Connolly sostiene que el “dominio del cuerpo es una gran victoria que tiene múltiples beneficios”, extendiendo sus alcances más allá de lo físico, hasta los ámbitos emocionales, psicológicos y espirituales. Según ella, el cuerpo es un instrumento de aprendizaje y el movimiento es un arte. Siguiendo su argumentación, nuestro comportamiento entonces, debiera ser el resultado de nuestro aprendizaje por la vida. A mi me suena muy coherente. ¿A usted, no?
El profesor y montañista Claudio Lucero piensa algo parecido. En la montaña aprendió a tener conciencia absoluta sobre su cuerpo, ya que allí es un asunto de vida o muerte. La naturaleza sostiene, “es formadora de seres humanos con valores sólidos”, porque obliga a formar equipos responsables y estrechos vínculos emocionales. Recomienda “escuchar a nuestros cuerpos” y “hacer aquello que nos haga felices”.

Nuestro cuerpo se rige por una pauta biológica que conocemos como el “principio del placer”. Se aleja del dolor y busca el placer. Reconocemos que, como señalan algunas religiones ancestrales, “el placer es un arma de doble filo”. Pero, tanto evitarlo como exacerbarlo puede herirnos.
Cuidar nuestro cuerpo implica obtener información de las sensaciones que percibimos. Nuestras emociones son un reflejo del estado en que se encuentra nuestra conciencia. Son fuente de información para una vida sana y feliz. Son mensajes que apuntan a nuestro bienestar.

Tal vez el pecado más doloroso que la sociedad occidental ha cometido en contra del cuerpo es condenar la sexualidad. La mayoría de las religiones occidentales propone la abstención como receta para tratar algo tan natural como el deseo sexual. Es cierto que la excesiva e inmadura sexualidad nos puede dañar, pero la necesidad de placer es intrínseca al ser humano y reprimir el deseo es peligroso. Como se ha hecho patente en las instituciones religiosas más conservadoras, el ser humano excesivamente reprimido puede expresar ese deseo de placer de formas menos naturales y más dañinas.
La sexualidad es una característica sagrada del ser humano. ¡Defendámosla!, en lugar de reprimirla. Es fábrica de vida, es semilla de amor, es unión apasionada y entrega total. Es generadora de descendencia, señal de continuidad. Es una transferencia de energía vital que supera con creces el contacto genital. Es una danza que conduce al éxtasis, una cumbre que gozamos y una expresión de la fuerza vital que anida en nuestros corazones. ¿Qué puede ser más natural que expresar nuestros sentimientos a través de la unión física de nuestros cuerpos?
Cuidemos nuestros cuerpos, defendamos nuestra sexualidad, disfrutemos el placer desde el amor y expresemos nuestra energía física como una manifestación de nuestra espiritualidad.
Cuidar el cuerpo es cuidar el alma…

Cuerpo y alma no están separados. Nunca lo han estado.

martes, 3 de mayo de 2016

En busca de la inmortalidad

El viernes recién pasado almorcé con una amiga científica. Nuestra conversación giraba en torno a la felicidad. Yo me quejaba de que habiendo tanto progreso económico, tanto avance tecnológico y tanto conocimiento científico, la felicidad promedio del ser humano no parecía aumentar, sino todo lo contrario. Era una paradoja, que el progreso material que vivíamos no aumentara la felicidad.
El problema, señaló ella, es que todo esos avances no están orientados a lograr que las personas sean más felices. Lo que de verdad mueve al hombre no es la felicidad, sino la búsqueda de la inmortalidad. Más que ser felices, queremos ser eternos. La mejoría en las condiciones de vida han disminuido drásticamente la mortalidad infantil y aumentado notablemente las expectativas de vida. La ciencia, que es el verdadero motor del progreso, insistió, pretende extender la vida, tanto como sea posible. Y en la mayoría de los casos, independiente de la calidad que tenga esa vida… agregó.
Reflexionando posteriormente sobre sus palabras, tuve que reconocer que tenía razón.
Hemos vivido una infancia mágica. Donde todos los cuentos terminaban con una frase típica: “y vivieron felices por siempre jamás”. Yo siempre pensé que lo importante de esa frase era que los personajes vivirían felices, pero parece que era mucho más importante ¡que viviesen por siempre jamás!
Las religiones también nos ofrecen una receta para la vida eterna, algunas proponen la reencarnación y otras nos prometen el cielo o en su defecto, el infierno. Todas ellas, nos ofrecen finalmente la  deseada inmortalidad.
Hoy la vejez es un pecado. Queremos mantenernos jóvenes y estamos dispuestos a cualquier cosa, con tal de disminuir los efectos del tiempo en nuestros cuerpos. La ciencia y la tecnología nos han convertido, literalmente en superhombres. Retrasamos la vejez con píldoras, hormonas o el bisturí. Hemos ampliado tan significativamente la potencia de nuestros sentidos que con ayuda de instrumentos. Podemos ver lo que ocurrió en el cosmos, millones de años atrás. Hemos hecho visible lo que era invisible para nuestros padres. Somos capaces de comunicarnos instantáneamente con miles de personas a través del ciberespacio. Hemos creado una realidad virtual inimaginable y estamos produciendo inteligencia artificial que superará nuestras capacidades colectivas en brevísimo tiempo. Estamos jugando a ser dioses. Podemos crear nuevas especies con manipulación genética, y muy pronto podremos revivir las especies extintas hace miles o millones de años. Aspiramos a derrotar la selección natural con la creatividad humana.
Es muy probable que algunos seres humanos que ya están vivos, puedan derrotar la vejez y la enfermedad. No morirán de viejos, sino por algún accidente o por violencia. La gran pregunta es si estamos preparados para emplear correctamente los super-poderes que hemos desarrollado. ¿Estamos suficientemente maduros como especie? Si no se estremecen con esta pregunta, tal vez no dimensionen el extraordinario poder que hemos alcanzado.
La evolución humana ha seguido un camino no tradicional. Nos estamos transformando en una especie diferente. Estamos viviendo una mutación profunda. Estamos cambiando nuestra forma de pensar, estamos siendo cada vez más interdependientes, estamos influyendo significativamente en nuestro hábitat, estamos enfrentando una crisis de convivencia que modificará nuestra forma de relacionarnos. La desintegración de la familia y la comunidad, el desprestigio de la actividad política y el comportamiento poco ético de carácter transversal, nos obligarán a desarrollar otras formas de gobierno. El cambio es radical, inevitable e irreversible.  Hemos dejado atrás al homo sapiens, que de sapiens tuvo poco... salvo esa gran soberbia que hay detrás del nombre con que se bautizó.  Si sobrevivimos a esta transformación, supongo que nos pondremos un nombre más humilde. Es cierto que avanzamos raudamente hacia la longevidad, pero es incierto el resultado de la aventura humana. Lo que es seguro, es que en un par de generaciones, seremos muy diferentes.
¿En qué nos estamos convirtiendo?