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miércoles, 20 de abril de 2016

La gran transformación que necesita Chile

La muerte de Patricio Aylwin es una oportunidad histórica para interpretar desde una perspectiva amplia, la evolución político-cultural que ha seguido nuestro país. Eso precisamente es lo que intentaremos hacer en esta entrada, reconociendo que nuestro análisis es una de muchas miradas a un proceso de transformación cultural de gran complejidad. 
A fines de los años 60, el mundo entró en una crisis social de carácter global, que dio origen a la revolución de las flores, impulsada por el idealismo de los jóvenes hippies. Ellos, profundamente desilusionados por los resultados de los grandes conflictos del siglo XX, propusieron al mundo una estrategia de solución de problemas basada en el amor y no en la guerra. 
El fundamentalismo del mundo tradicional, había provocado millones de muertes e incontables sufrimientos y se requerían cambios en la estrategia de solución de problemas. La fuerza y la superioridad moral que se atribuían algunos para imponer sus puntos de vista al resto de la humanidad, había fracasado. La estela de odio y las heridas físicas y sicológicas fueron demasiado dolorosas para la humanidad. 
En el Chile bastante aislado de entonces, esta inquietud social en contra de los privilegios, los abusos de poder y falta de justicia social se expresó políticamente en la elección de un gobierno socialista que pretendió reformar la institucionalidad, sin previamente lograr consensos transversales. La sociedad chilena, no había madurado lo suficiente para aceptar aquel cambio cultural y a poco andar, las instituciones más jerarquizadas y representativas del dogmatismo tradicional -las fuerzas armadas- se tomaron el poder y establecieron un gobierno autoritario que pretendió recuperar los valores tradicionales más conservadores. El cambio social que proponían los jóvenes fue contenido, por la razón o la fuerza. La dictadura militar estableció un férreo autoritarismo y dividió a los chilenos en buenos y malos. La obediencia y el respeto a principios absolutos, la disciplina y el orden fueron un sello de los primeros años del gobierno militar y corresponden fielmente a la mirada de una cultura tradicional pre-moderna.
En términos culturales, Chile había retrocedido y se quedó bastante aislado de la transformación social que estaba experimentando el mundo. Fue entonces cuando un grupo importante de profesionales y economistas propusieron reformas estructurales para avanzar hacia un país moderno. La economía social de mercado y el modelo de desarrollo capitalista impulsó a Chile a la Modernidad en pocos años. La sociedad progresó de una forma sin precedentes mediante una estrategia individualista y altamente competitiva. La derecha política parecía imponerse definitivamente, pero...
Pero el progreso económico no era suficiente. El mundo se estaba aplanando y Chile era una extraña excepción. Entonces, después de un plebiscito, Chile decidió buscar una sociedad más igualitaria intentando reparar las heridas que sufrió la comunidad en los años de la dictadura militar. Chile quiso dejar atrás la Modernidad e instalarse en la Postmodernidad mediante una política de consensos. En este momento, el entonces presidente Aywlin lideró una transición bastante exitosa hacia una sociedad más democrática. Los valores de la Postmodernidad fueron muy representativos de los gobiernos de la Concertación y aunque aceptaron continuar con el modelo económico previo, hubo gran preocupación por los derechos humanos y la reparación de los abusos. La izquierda política estaba logrando éxitos asombrosos, cuando aparecieron los fantasmas de la delincuencia, el terrorismo y la corrupción.
A mayor abundamiento, el mundo siguió su inexorable evolución y las comunicaciones y la internet, provocaron cambios culturales de proporciones gigantescas. En el siglo XXI, las redes sociales y la extraordinaria accesibilidad a la información han creado una sociedad donde las distinciones políticas de izquierda y derecha ya no tienen sentido.
Por ejemplo: La promesa del control de la delincuencia que hizo el gobierno de Piñera se diluyó en la soberbia de la supuesta superioridad técnica y moral de sus funcionarios.
Otro ejemplo: La promesa de la equidad que persigue el segundo gobierno de Bachelet se desdibujó en la improvisación y desprolijidad de las reformas.
Por eso la mayoría de los chilenos hemos perdido la fe en nuestros políticos.
Mientras no tengamos una política inclusiva e integral, donde todos entiendan que el bien común debe imponerse a sus intereses partidistas, no lograremos resolver el puzzle de la gobernanza en nuestro país. Necesitamos políticos profesionales y bien preparados en materias científicas, que al menos comprendan conceptos básicos como la complejidad, la emergencia y los fenómenos fractales. Pero sobre todo, deben ser personas íntegras y dispuestas a trabajar en equipo en la diversidad. Resulta insólito que personajes con tanta responsabilidad no tengan que cumplir con ciertos requisitos fundamentales para ejercer su profesión.
En el mundo globalizado de hoy, un país necesita estar conectado. Chile debe avanzar hacia una sociedad Integral. En el presente, la velocidad de los cambios culturales es enorme. No alcanzamos a aceptar los cambios que hacemos, cuando estos quedan obsoletos. Estamos viviendo una era de gran obsolescencia. Y quienes propugnen verdades, dogmas o principios absolutos, están condenados a ser desmentidos por el solo transcurso del tiempo.
Chile quiere seguir cambiando, para tener una sociedad más justa y sana. Pero no puede torcer hacia la derecha ni hacia la izquierda. Para superar las contradicciones de la postmodernidad tenemos que desarrollar visión sistémica, resolver los problemas de forma holística y enfrentar los desafíos de la sustentabilidad con flexibilidad, creatividad y responsabilidad. Pero ante todo tenemos que encontrar una forma de hacer política diferente, más transparente, más ética y mucho más flexible.
Hace tan solo medio siglo, Chile era un país tradicional. En pocos años se modernizó y luego se humanizó. Ahora le toca integrarse. No seguir siendo un país de ciudadanos independientes, sino una sociedad respetuosa que funciona como un verdadero equipo.

¡Todos para un Chile nuevo y ese Chile nuevo para todos!

lunes, 4 de abril de 2016

Los mensajes de la Muerte

En los últimos días, la muerte ha estado rondando muy cerca. Murió un nuevo amigo, el padre de un viejo amigo y también mi suegro. En todos estos casos, el mundo quiere seguir igual, como si nada hubiese ocurrido. Como evadiendo las consecuencias del fin de una vida. Pero, a pesar de nuestros deseos, ya nada volverá a ser igual. No es que el mundo haya perdido a alguien. Es más bien, que ese alguien dejó algunas enseñanzas profundas que debemos recordar. Son sus semillas, que germinarán en nosotros.

Pero... No conversamos acerca de la muerte. Curioso, dado que es lo único verdaderamente cierto que encontraremos en el futuro. No miramos a los ojos de la muerte, para ver sus intenciones y comprender sus motivos. Sabemos que anda por allí, pero no queremos verla. Tampoco sospechamos como quiere vivir el proceso aquel ser querido que está terminando su gran aventura. Nunca nos dimos el espacio para conversar en serio con él, sobre el final de sus días. Es, a todas luces, un tema tabú. 

A muchos nos representa bien lo que dijo Woody Allen: "no le temo a la muerte, sencillamente no quiero estar allí cuando llegue".

Esta vez, por razones inconscientes, intenté descifrar los mensajes que quiso entregar ese visitante lúgubre que viene a llevarse nuestro último aliento. Descubrí que la muerte es un proceso, no un instante. Comienza a acercarse lenta pero inexorablemente. En algunos casos, el proceso es rápido y sorpresivo, en otros agobiantemente lento y pausado.
Me pareció que en la mayoría de los casos, la muerte nos alcanza cuando todos los aspectos kármicos de nuestras vidas han finalizado. Ricardo Larraín lo dijo mucho mejor: "la muerte nos encuentra cuando se nos acaba el guión". Así comienza la muerte. Mucho antes de que nuestra respiración de agite...

Porque llegamos a la vida con un propósito y se nos concede cierto tiempo para cumplirlo. Las experiencias nos distraen del verdadero sentido que tiene nuestro vivir y normalmente olvidamos por completo ese objetivo o lo guardamos en el inconsciente profundo. Y cuando se nos está agotando el tiempo concedido, sospechamos que tendremos que rendir cuentas y nos ponemos nerviosos. Por eso, algunos parecen luchar contra la muerte y otros la abrazan con cierto alivio. Este nerviosismo hace que nuestra respiración se agite. Porque no sabemos qué es lo que habremos de enfrentar. La incertidumbre nos atemoriza. 

La muerte no es buena ni mala. Es el inicio de una nueva gran aventura. Tan incierta como la propia vida. Sospecho que cuando nos alcanza, despertamos a la realidad. Imagino que mientras nuestro cuerpo yace sin energía, nuestra alma permanece rondando por un tiempo y puede escuchar el llanto de algunos, también puede reconocer el respeto de otros y por cierto, la ironía o indiferencia de unos pocos. En esos momentos, la muerte nos obliga a deshacernos de toda la inocencia que nos queda y a comprender que muchos usan disfraces y representan papeles. Igual que los que usamos nosotros. Son instantes difíciles. Duros y a veces dolorosos. No todos eran lo que parecían ser. 

Sus máscaras finalmente caen y vemos sus verdaderos rostros. Vemos con mayor claridad esa mezcla única de virtudes y defectos que caracteriza a cada ser humano. Esa energía que está transformándose, ese espíritu inefable es capaz de percibir incluso nuestros pensamientos más íntimos, esos que nos avergüenzan a nosotros mismos. 
Y entonces comprende que aun le queda mucho por aprender. Que necesita volver encontrarse con la fuente del amor, la energía purificadora que le dará alas para atreverse a recorrer el mundo terrenal en otro cuerpo, con algo más de sabiduría y con una tarea más relevante. Necesitamos recargar las baterías y viajamos hacia la luz.  

La muerte siempre deja atrás un mensaje a cambio del alma que se lleva. Es un consejo para vivir mejor. Un aprendizaje que necesitamos para recibirla, cuando nos toque a nosotros, con confianza y resignación. Poner atención a los mensajes que deja la muerte es una tarea que rehuimos pero que puede ser sumamente reconfortante. Son semillas del alma que se apronta a viajar y que están destinadas a germinar en nuestro jardín. 
Recoge pues, agradecido, las semillas del ser que se va y riégalas con cariño y preocupación. Cultívalas con esmero. Pronto se convertirán en frutos que endulzarán tu vida. 

Y si nuestra vida es un mensaje que dejamos al mundo... más vale que sea un mensaje inspirador. ¿No les parece?