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sábado, 21 de mayo de 2016

Intuyo a Dios

Intuyo que nada de lo que sucede es casualidad. Que el azar no existe. Que todo está tan profundamente interconectado que cada acontecimiento es producto de una especie de confabulación del universo para que aquello ocurra. Un pequeño hecho, aparentemente inocuo como un llamado telefónico equivocado, puede cambiar dramáticamente las circunstancias. Yo no habría escrito estas palabras si no hubiese contestado un llamado equivocado de alguien cuya voz me hizo evocar a mi padre. Y entonces, usted no estaría leyendo este artículo.
El presente es consecuencia de todo, absolutamente todo lo que ha ocurrido en el pasado. Cambien una pequeña cosa del pasado y el presente cambia dramáticamente. El presente es frágil e improbable. Por eso, sostengo que hay una razón profunda y misteriosa para este y cada momento. Vivimos en un universo en evolución y sospecho que se mueve en una dirección. Tiene un propósito.
Intuyo que nuestra historia individual está plagada de acontecimientos que provocamos nosotros mismos. Somos autores responsables de nuestra vida. Lo que vemos es lo que somos. Y lo que somos depende de lo que percibimos. Ser y percibir son dos caras de la misma moneda. Mi propio universo (el que yo percibo), está intrínsecamente conectado a mi nivel de conciencia. La expansión de mi mundo es coherente con mi expansión de conciencia. A medida que puedo procesar mayor cantidad de información, descubro cosas nuevas, sorprendentes e inesperadas. A nivel colectivo pasa algo similar. Los asombrosos descubrimientos que hemos encontrado en el cosmos, están relacionados con el nivel de conciencia que tenemos los seres humanos.
En consecuencia, sospecho que los astros tienen mucho que contarnos y que la denigrada astrología tiene algún fundamento que hemos preferido olvidar. Es muy posible que la configuración celestial influya en los acontecimientos que vivimos. Nada está completamente desconectado. Y si el universo es energía, entonces esa energía nos afecta. Como demostró Richard Tarnas, el cosmos y la psique humana, están relacionados.
Intuyo también que nacemos con una misión. En una familia que puede ayudarnos a lograrla. Y que en el transcurso de la vida nos encontramos con las personas adecuadas para superar los obstáculos que se nos aparecen. Todos nuestros parientes y amigos tienen algo que aportarnos. Todos conspiran para que cumplamos con nuestro objetivo. Y mientras seamos ciegos a esa misión, sus comportamientos serán un enigma. Pero cuando encontramos sentido a nuestras vidas, todo se aclara. Nuestra historia demuestra ser perfecta para cumplir nuestra tarea. Por eso es tan importante conocerse uno mismo.
Intuyo que somos uno. No somos seres independientes y egoístas que actúan por conveniencia. En realidad somos distintas manifestaciones de la Humanidad. Y creo que nuestras conciencias están conectadas. Intrínsecamente entrelazadas en un tejido sutil que forma la Noosfera de Teyllard de Chardin, o el Inconsciente Colectivo de Jung, o los registros Acásicos de las religiones ancestrales, allí es donde nos encontramos todos sin poder distinguirnos del otro. Allí está reunido todo el conocimiento humano. Y sospecho que en los sueños accedemos a esa información. Allí en esa dimensión onírica, donde el tiempo ,el espacio y los egos se funden, allí nos encontramos con el otro y nos reconocemos en su comportamiento. Allí somos uno.
Intuyo entonces, que somos inmortales. Nuestra energía puede cambiar de forma, puede transformarse, pero no extinguirse. Si ningún acontecimiento es inocuo, tampoco nosotros somos prescindibles. Nuestra presencia ha dejado huellas. Nuestra vida ha producido semillas que son ingredientes importantes para la receta evolutiva del universo porque, siguiendo el razonamiento de la navaja de Ockham, de no habernos necesitado, no hubiésemos existido. Somos actores relevantes en la aventura de la vida. Somos parte del plan cósmico que dio origen a la vida. Somos hijos de esa energía inconmensurable que partió con una Gran Explosión y que generó el extraordinario Universo en que vivimos.
Imagino, si me permiten un recurso artístico, esa Gran Explosión como una epifanía. Una toma de conciencia que cambia todo y que crea un nuevo escenario. Un “momento eureka”, que da origen a una aventura intelectual de proporciones cósmicas. Una nueva idea que merece ser explorada. Y la única mente que sería capaz de dirigir esa exploración es la mente de Dios (entendiendo a Dios como la inteligencia detrás de esa epifanía).
Y así, desde el escepticismo ante el azar, he llegado a encontrar explicaciones que se parecen mucho a las ideas religiosas que proponen a un Dios omnipotente y omnipresente, aunque sin pretender, ni remotamente, que esta reflexión sea una verdad indiscutible. Tal vez la idea de Dios sea una hipótesis que la ciencia debe tomarse más en serio. Tal vez la ciencia si necesita a Dios para explicar las anomalías que prefiere descartar. Tal vez Dios sea un recurso que le permita a la ciencia, superar sus propios dogmas. Como la mano invisible de Adam Smith...
Reconozco también los saltos cuánticos de la argumentación, pero me he dado ciertas licencias artísticas para expresar mis intuiciones más provocadoras, pues estos artículos pretenden estimular la imaginación de mis lectores.

Porque tal vez, usted y yo, seamos pensamientos de Dios.

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