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domingo, 30 de agosto de 2015

La importancia de la reflexión

La reflexión es la principal herramienta que posee el ser humano para flexibilizar su conducta. Sin reflexión continuaríamos cometiendo los mismos errores. Intentaríamos una y otra vez conseguir el resultado que queremos, del mismo modo o usando la misma estrategia. El error solo aparece después de haberlo cometido. Con la misma información y en la misma situación, estaríamos condenados a repetir nuestras equivocaciones... a menos que reflexionemos. Y que en esa reflexión,  estemos dispuestos a reconocer que algunas de nuestras creencias eran falsas. 

En ese sentido, la reflexión es un acto de humildad. Tal vez por eso cuesta tanto generar el cambio tan urgente que desea la sociedad. Todos seguimos estando equivocados y culpando a los demás. 

Nuestras autoridades políticas no parecen dispuestas a cuestionar sus ideologías, aunque siguen produciendo malos resultados e insisten en estrategias repetidas sin aprender en el proceso. Necesitan reflexionar.

"El acto de reflexión consiste en soltar las certidumbres"
Humberto Maturana

Pero no son solo los políticos. En la mayoría de los ámbitos, nos encontramos con el mismo problema. En educación, por ejemplo, los profesores no quieren cuestionar sus métodos y pretenden que se reconozca su labor aunque el aprendizaje de sus estudiantes sea escuálido. En salud, los médicos siguen tratando enfermedades en lugar de dedicarse a prolongar la salud. El sistema judicial, sigue empeñado en utilizar un código (penal o civil) que no resuelve los problemas de convivencia. 

Nadie se atreve a cuestionar las certidumbres más básicas: ¿Es el sistema democrático que tenemos, apropiado para legislar? ¿Es el modelo educativo fragmentado y estandarizado, apto para educar en estos tiempos? ¿Está la salud al servicio de la salud o al servicio de otros intereses? ¿Es el sistema judicial basado en códigos pretéritos adecuado para un mundo tan cambiante?

Nuestra realidad no es lo que parece ser. La interpretamos. Pero la interpretamos de acuerdo a nuestros intereses. La manipulamos irremediablemente y nos convencemos de que todo está bien.  Pero no es así. Necesitamos perder el miedo a la incertidumbre, atrevernos a dar un salto al vacío, estar conscientes de nuestros sesgos cognitivos, emocionales, físicos, personales y culturales; y fundamentalmente aprender a cuestionar todas nuestras creencias añejas.  Son muchas las premisas que nos limitan y están ocultas a nuestra percepción. Solo vemos aquello que nos interesa. Necesitamos ampliar la mirada para flexibilizar nuestro comportamiento. Para construir una sociedad sana y justa, se requiere humildad, valentía, altruismo y algo de tiempo para hacerse las preguntas correctas. En todo esto estamos fallando. Reaccionamos sin pensar y seguimos equivocando el rumbo. ¿Hasta cuando?, me pregunto... ¿Hasta que sea demasiado tarde?

¡Necesitamos con urgencia, reflexionar!


domingo, 23 de agosto de 2015

La letra chica

Para superar las cegueras y certezas del postmodernismo es necesario tomar conciencia de algunas prácticas poco éticas, que de tan habituales, ya no nos sorprenden. La letra chica es una de ellas. ¿Porqué usar letra chica, si no es para que no se lean esas cláusulas? ¿Hay un comportamiento menos ético que tener contratos con letra chica? En la mayoría de los contratos  que firmamos existe aquella "letra chica", que no solo aceptamos sino que ni siquiera leemos. Casi como si no fuese posible discutir términos que sabemos nos perjudican. 
Compré una póliza de seguros para mi auto, con auto de reposición. Cuando me robaron el auto y quise ocuparlo, me leyeron la letra chica: 5 días máximo y una serie de trámites adicionales... La reparación del auto robado duró 6 meses de modo que ni me molesté en pedir la reposición. Me sentí frustrado y desilusionado.
Los bancos también usan una estrategia similar. Decidí leer la letra chica de los contratos bancarios y quedé choqueado. No me gustó. Intenté cambiar de banco, pero todos usan fórmulas similares. Es una práctica transversal ¿Qué hacer entonces?
¡Decidí luchar contra la letra chica!
Pero es una inmoralidad que está en todas partes. A vista y presencia de todos. En la radio, después de un comercial a veces escuchamos a un relator, que a velocidad inusitada e imposible de seguir, vomita la letra chica que obligatoriamente debe dar a conocer. ¿Habrá alguien que le ponga atención? ¿Se darán cuenta los empresarios que están usando un resquicio inaceptable? Los relatores de advertencias son velocistas verbales, pero ¿tendrán conciencia de su complicidad?
La resistencia por detallar los compuestos que tiene un producto en el envase, es otro síntoma de la falta de comportamiento ético. La letra chica de las AFPs y de las Isapres demuestran que demasiados chilenos contratamos servicios que tenían restricciones oscuras que nunca se transparentaron. Fondos que eran nuestros ahorros personales, parecen buscar nuevos dueños. Planes de salud que cubrían cualquier enfermedad, son válidos siempre que seamos jóvenes y sanos.
Podríamos seguir dando ejemplos. Existen demasiados.
En una arista completamente diferente, las imágenes subliminales y el aumento del volumen en las tandas comerciales, demuestran los lejos que puede llegar el marketing para manipularnos. Y lamentablemente, no tenemos conciencia de la falta de ética que nos rodea.
No quisiera pasar por puritano. Ni pretendo ser un santo, todo lo contrario. Lo que me pasa es que paulatinamente he ido reconociendo errores que antes no veía. Y esto me ha escandalizado. También he usado letra chica para explicarme muchos de mis propios comportamientos. Para evadir mi responsabilidad. Pero cuando empezamos a ver nuestros errores, cuando nos damos cuenta de nuestras cegueras éticas, del dolor que hemos generado y de la traición al origen amoroso en que nacimos, entonces se presenta la oportunidad de escoger un comportamiento nuevo. Volver a nacer con la mirada más amplia y la frente erguida. Convertirme en una mejor versión de mi mismo.
El optimismo que tengo es debido a que la sociedad también está descubriendo errores que antes parecían comportamientos aceptables. Los políticos, los empresarios, los curas, los jueces, los sostenedores, los profesores, los policías y los militares, en fin... todos parecen comprender que hay que cambiar nuestras conductas. Me parece que esta es la gran oportunidad que tenemos para mejorar nuestra convivencia y construir una sociedad más consciente y responsable. Cuando todo indica que vamos mal, la esperanza debe crecer.




lunes, 17 de agosto de 2015

Escuelas de Resiliencia


El aumento de la delincuencia es una legítima preocupación de nuestra asustada población. El incremento de la violencia y de la sensación de inseguridad ha sido dramático. Y si bien algunas autoridades sostienen que las cifras oficiales no coinciden con la emoción colectiva imperante, tampoco parecen considerar que la impotencia y frustración de un sistema judicial extremadamente burocrático e ineficiente para proteger a las verdaderas víctimas, hace que nadie quiera perder el tiempo en hacer denuncias.
En una reciente encuesta de opinión que hizo Tolerancia Cero, la aplastante mayoría de las personas manifestó categóricamente la necesidad de mejorar el sistema judicial para combatir la delincuencia. Detrás de esta creencia, puede deducirse que los chilenos no confiamos en el sistema y tampoco denunciamos ni persistimos en los procesos. En consecuencia, es obvio que las cifras oficiales no reflejan ni de cerca la magnitud y profundidad del problema.
Sostenemos que la delincuencia es un problema enorme que tiene sus raíces en la combinación de 2 factores: la inequidad y la mala calidad de la educación pública. En el libro de Linda Darling-Hammond, The Flat World and Education, se demuestra inequívocamente que en Estados Unidos existe una perturbante correlación entre estos factores y la delincuencia. Chile parece confirmar que la delincuencia es el síntoma de una sociedad injusta (la enfermedad) que no cuenta con el tratamiento de una real oportunidad educativa para nivelar la cancha. Los jóvenes, condenados por la pobreza y la vulnerabilidad, dejan la escuela por esa misma frustración e impotencia con que juzgamos al sistema educacional. No confían en el sistema educativo, ni persisten en su educación. No quieren perder el tiempo.
Prefieren aprender a delinquir. Mientras sean menores, tendrán la protección del Estado. Si los detienen, acceden al Preuniversitario del Delito y si reinciden y son condenados, entran a la Universidad del Crimen, donde pueden perfeccionarse con los mejores especialistas. Un camino alternativo es la prostitución, pero el resultado es similar. Las soluciones fáciles y cortoplacistas no existen. Sencillamente los proscriben progresivamente a una vida oscura y degradante para cerrar el círculo vicioso de la inequidad.


La única solución legítima para nuestros jóvenes es darles la oportunidad de una educación de calidad. Una educación que inculque la importancia de vivir en democracia, que los prepare para la autonomía de pensamiento, para resolver problemas, para trabajar en equipo, para innovar y para reflexionar. Una formación sólida en valores, generadora de habilidades socio-emocionales y específicamente orientada a protegerlos de las presiones por desertar, brindándoles un camino atractivo y motivante que los saque de la pobreza en función de potenciar sus aptitudes individuales. Por sobre todo, debemos infundir en ellos un espíritu resiliente, que les permita levantarse cada vez que piensen que están derrotados.
Proponemos que en cada comunidad exista una Escuela de Resiliencia, una institución educativa de excelencia complementaria y de carácter público, cuyo objetivo fundamental sea desarrollar las competencias sociales de cada alumno, y fortalecer su personalidad para transformarlos en ejemplos de superación. Dirigidas por profesores y psicólogos voluntarios, estas instituciones podrán cambiar el futuro de nuestros jóvenes y tejer una historia colectiva de éxito frente a la adversidad.


domingo, 9 de agosto de 2015

Cambiar el pasado

En la película “La dama de oro” hay un tratamiento muy interesante acerca de reinterpretar el pasado para mejorar las posibilidades de reconciliación. Una necesidad urgente para nuestro país y para el mundo.

A veces pensamos que estamos condenados por nuestro pasado. Por lo que nos tocó vivir. Creemos que los acontecimientos nos han marcado irreversiblemente. Pero afortunadamente no es así. Podemos reconciliarnos, con nuestro pasado y con nuestra historia; esa es la moraleja de la película. ¡Esa es la gran posibilidad que tenemos!
En efecto, todo está mediado por el “observador”.  Especialmente nuestro pasado…
Tal como señala Humberto Maturana, no existe una realidad objetiva independiente del observador. Nuestro pasado no es algo fijo e inmutable. Más bien, lo que identificamos como “pasado” es la interpretación que le dimos a los acontecimientos que vivimos. En realidad, es un recuerdo subjetivo.
Y como la interpretación del observador que fuimos al vivirlo, puede variar cuando posteriormente tomamos consciencia de situaciones que no advertimos en su momento, entonces también puede cambiar nuestro pasado.
Recuerdo cuando ya adulto, visité después de muchos años, la enorme casa patronal del fundo donde pasé mi tierna infancia. Un lugar de recuerdos imborrables y emociones intensas. Mi sorpresa fue mayúscula. ¡Todo se había reducido! El tiempo parecía haber achicado la casa, el jardín y hasta mis recuerdos. Todo era diferente. Mi pasado cambió. Y en ese momento, yo también cambié.
El pasado es fluido, plástico. Cuando el observador cambia, producto de una expansión de consciencia, también cambia la interpretación de su propia historia. Cambia su pasado.
Este hecho es muy poderoso porque permite la reconciliación entre quienes no se entendieron en el pasado. Todos hemos sido injustos con alguien (aunque no nos hayamos percatado de la injusticia en su momento) y muchos han sido injustos con nosotros (de esto sí que nos dimos cuenta). La mayoría de las veces, esa injusticia era producto de una interpretación errónea, parcial y dogmática de una situación.
Hoy, que estoy más viejo y (espero) algo más sabio, he aprendido a pedir perdón por las cegueras que me hicieron cometer errores y también he aprendido a perdonar a quienes se equivocaron conmigo.
Chile necesita mirar su pasado con ganas de reconciliación. Todos nos equivocamos. No supimos convivir con respeto y cometimos errores tremendos producto de posiciones intransigentes. Hemos cargado por demasiado tiempo dolores, odios y rencores. Es un equipaje muy pesado.
Llegó el momento de la reconciliación.
Pidamos perdón y perdonemos a “los otros”, tomando consciencia de que estamos unidos en un proyecto de sociedad que debe construirse en el respeto por el prójimo, en el comportamiento ético, en una democracia auténtica y en la convicción de que juntos somos mejores.
Somos más que hermanos, todos formamos parte de un pueblo resiliente que tiene el desafío pendiente de la verdadera reconciliación.

¡A transformar el pasado para querernos más!

lunes, 3 de agosto de 2015

Política con integridad


Ha llegado el momento de fundar un nuevo referente político. Ninguno de los actuales partidos políticos logra atraer a la ciudadanía. Ni los que gobiernan, que tienen una desaprobación altísima, ni los que pretenden hacer oposición, que no logran articularse ni siquiera para aprovechar el ambiente tan negativo que estamos viviendo. Es que la política en general, está mal evaluada. Y con toda razón. Han equivocado el rumbo...
Y justamente por eso, pensamos que soplan potentes vientos de cambio. Vientos que propician el diseño de una propuesta de sociedad que re-encante al ciudadano común y lo invite a participar en la co-construcción de una nueva forma de relacionarnos. Estamos todos expectantes a un cambio profundo que nos una en un proyecto común. Uno que integre y no excluya. Uno que conecte y entusiasme a todos. Un proyecto político basado en el comportamiento ético, como propuesta fundamental para la vida en comunidad. 
Una sociedad que es capaz de tomar conciencia de su responsabilidad con el medio ambiente social y natural, constituida por individuos responsables y respetuosos, no solo apunta la tranquilidad espiritual de la conducta íntegra, sino hacia el bienestar que genera el desapego, hacia la disposición a colaborar, hacia la conducta empática y hacia la convivencia armónica. 
En una sociedad ética, se puede confiar en los demás. Se puede dar libertad y autonomía sin desconocer la subjetividad propia del ser humano (que necesita el permanente control de un Pepe Grillo que nos ayude a reconocer la conducta adecuada). Es que en nuestro interior, siempre sabemos distinguir lo correcto de lo incorrecto. Pero también somos capaces de inventar historias que justifiquen cualquier acción que emprendamos. Y entonces tenemos que cuidar -como el más preciosos de nuestros bienes- que esa confianza no sea traicionada. En una sociedad ética, todos tenemos la responsabilidad de proteger la convivencia exigiendo integridad recíproca. 
En una sociedad ética, nadie es dueño de la verdad, pero todos son dueños de si mismos (y de nada más). No se intenta imponer nada a quien es propietario de su destino y se respeta a cada individuo por ser diferente y por pensar distinto, reconociendo que no puede ser de otro modo. No se acumulan posesiones sino que se potencian las relaciones y se reconoce que el bienestar colectivo es requisito para el bienestar individual. En ese tipo de sociedad, la justicia, que se debe considerar un derecho esencial, también es resultado de la convivencia respetuosa. 
Libertad y justicia, son productos del comportamiento ético. No se es verdaderamente libre, sin ser responsable de nuestros actos, ni se es honradamente justo sin ser respetuoso de los demás. Libertad con responsabilidad y justicia con respeto, ese parece ser un buen lema para la nueva convivencia. 
¿Utopía? 
Quizás, pero...,
tal vez si diseñamos una educación concentrada en la formación valórica, buscando la generación de conductas éticas, más que en la acumulación de contenidos, esta idea no resulte tan utópica como suena hoy. Tal vez si logramos cambiar el rumbo de la educación, podamos cambiar el destino de la Humanidad. Tal vez si educamos para la convivencia armónica tengamos mejores posibilidades de tener hijos y nietos mucho más felices.
Por eso, creo que llegó el momento de la "política con integridad".