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domingo, 1 de noviembre de 2015

La calidad comienza por el cuidado

Conocí a Vinka Jackson recién el martes, en una de muchas conversaciones que hemos sostenido acerca de calidad en educación. Sabía algo de su historia y activismo, pero nada me preparó el efecto que sus palabras produjeron en mí. En ellas no había una gota de rabia ni rencor. Solo una propuesta generosa.
La letra era serena, certera y convincente, pero la música no calzaba. Mi cuerpo se estremecía con la melodía arrebatadora y el ritmo apremiante de su discurso.
Pedí aire, para procesar la información…
Comprendió lo que me ocurría y bajó su intensidad. Y luego me regaló una serie de libros. Acabo de terminar de leer uno de ellos: Agua fresca en los espejos; donde relata su vida. 
Recién ahora creo comprender mi reacción...
Nada de lo que digo a continuación fue siquiera insinuado por ella. Soy enteramente responsable de la interpretación que doy a esa conversación: Vivimos en un país hipócrita, que cubre su basura debajo de una larga alfombra.
Un país enmascarado, que desconoce el lado oscuro del ser humano y finge sin asco, ser inmaculado. En todas las familias hay secretos inconfesables que jamás nos atreveremos a denunciar. En Chile, la ropa sucia se lava en casa.
Nuestra política huele mal y a nadie parece importarle. Desde el financiamiento de nuestros “honorables”, pasando por muchos episodios que por ser bien chileno prefiero omitir, hasta la miniaturización de la agenda de probidad propuesta por Engel. ¿Qué se habrá creído? Nadie debe ventilar nuestros “trapitos” o quitarnos nuestros bien ganados privilegios. Es mejor aparentar que nada ha ocurrido.
La misma estrategia es usada por la iglesia. La pestilencia del encubrimiento constante que ha protegido a los abusadores no es percibido por la jerarquía eclesiástica. Mejor desacreditemos a los denunciantes y recemos más.
Y nuestros empresarios, desde el caso Chispas hasta el cartel Tissue, hay tantas colusiones y arreglines que llega a dar vergüenza. Pero mejor sigamos confiando en la iniciativa privada, no vaya a ser que dejemos de progresar.
Incluso en el camarín de nuestra selección de futbol, que prefiere aceptar a un Vidal en la cancha para ganar la copa América, antes de castigar el Rey. Mejor es que los moralistas miren a otro lado. ¡Aquí debemos ganar!
¿Y en educación? Igual no más. Cuando un ministro se atrevió a cerrar una universidad que estaba oliendo a pescadería, sencillamente lo destituimos. ¿Qué vamos a hacer con los estudiantes, si cerramos a las malas universidades? Mejor las convertimos en gratuitas, así nadie tendrá que rendir cuentas.
En todas partes, inevitablemente aparece la sombra oscura del ser humano. Lamentablemente en nuestro país preferimos vivir junto a ella, que enfrentarla. Es demasiado doloroso. Por eso aceptamos el doble estándar y somos harto hipócritas, como si la corrupción fuese un problema que afecta  únicamente al resto de Latinoamérica.
Hasta aquí, la interpretación que di a la conversación con Vinka.

Su propuesta, fue mucho más madura, más profunda, sabia y generosa. Me propuso incluir la ética del cuidado en la formación inicial docente.
Estuve de acuerdo. La educación sin cuidado, no es educación. Debe partir por proteger al infante (el sin voz, según me comentó ella) y darle palabras, y cuidar al alumno (el sin luz, según le indiqué yo) para iluminar su camino.
Desde el comienzo, la educación debe incentivar el autocuidado, cultivar la salud y el bienestar para proteger la vida. Cuidar al cuerpo, a la persona, cuidar a la familia, cuidar a la escuela, cuidar a la comunidad, cuidar la vida y la naturaleza y por supuesto, cuidar a nuestro hábitat y nuestras instituciones. Todas juntas. Somos frágiles y dependemos del cuidado para sobrevivir. Estamos viviendo una época de gran fragilidad. Sin cuidarnos, pereceremos.

Y para cuidarnos tenemos que querernos. Ese es el gran consejo de Vinka. No hay cuidado sin amor.
Y yo agregaría, no habría Humanidad sin cuidado...

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