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viernes, 10 de octubre de 2014

Educación y libertad


Conversé con un grupo de jóvenes esta semana y les hablé de educación para la autonomía. En la conversación me acordé mucho de Humberto Maturana cuando dice que uno puede hacerse responsable de lo que dice, no de lo que otros escuchan.
Uno de esos jóvenes enarbolaba la bandera de la libertad y sin embargo, estaba tan encadenado a sus creencias que no se daba cuenta que era esclavo de ellas. Usaba un mapa tradicional para interpretar el territorio. Creía en el orden y las jerarquías, en verdades históricas y confiaba tanto en sus ideas que las había endiosado. Se sentía superior e intentaba imponer sus visiones con vehemencia. Me hizo acordarme de mi, cuando era mucho más joven. Yo tampoco escuchaba y sólo maduré dolorosamente con los golpes de la vida.
A ese joven traté de insinuarle que la libertad no se compra. Que los problemas de la educación no se solucionan con dinero y que la dignidad docente no se recupera aumentando el sueldo a los profesores. La educación tradicional, si bien nos entrega autonomía para ganarnos la vida y disciplina para obedecer al jefe y respetar las reglas, es apenas un escalón hacia la libertad. Quedarnos en ese nivel de desarrollo nos condena a la esclavitud.
Otro de los jóvenes presentes, creía en la eficiencia. Fiel al paradigma moderno, postulaba que la educación debe enseñar a emprender con creatividad e innovación. Sostenía los profesores que no demostraran aprendizajes medibles en sus estudiantes debían dedicarse a otra cosa. Que la educación necesitaba profesores de calidad y solo así mejorarían nuestros resultados en las pruebas internacionales. Que debíamos atraer a los mejores a la docencia ofreciendo incentivos concretos. Profesores eficientes producirían estudiantes emprendedores, capaces de generar progreso. Yo también pasé por esa etapa, pensé para mis adentros.
A ese joven, intenté explicarle que la educación de calidad no se puede medir. Que los problemas educativos no se solucionan con eficiencia. Si hacemos más eficiente un mal sistema, sólo lograremos empeorar la situación. La educación para el progreso, que impulsa a la superación a través de la competencia, aunque nos da autonomía para generar ingresos, es apenas otro escalón hacia la libertad. Quedarnos en ese nivel nos condena a la eterna acumulación.
El más joven, escuchaba con cierta displicencia. No compartía la idea de una educación enfocada en el orden, la disciplina y los valores, propia de sus abuelos; tampoco la idea de una educación orientada al progreso permanente que propugnaban sus padres. Más bien creía que la educación debía enseñarte a ser feliz. Sostenía que una buena educación se “sentía” en el ambiente académico y como buen representante del postmodernismo, suponía que debía ser personalizada y enfocada en el aprendizaje del alumno.
A este muchacho, quise insinuarle que iba en la dirección correcta sin ponerlo en aprietos con sus amigos, aunque aclarándole que la felicidad no es un proyecto individual sino colectivo. Conformarnos con alcanzar nuestra felicidad, sin sensibilidad por lo que ocurre a nuestro alrededor nos condena a una vida hedonista e irresponsable. Este también era un escalón adicional hacia la libertad.
libertad y responsabilidad van unidas...
A todos ellos pretendí proponerles una educación dinámica, en etapas progresivas, respetuosas del aprendizaje previo y orientada a aumentar gradualmente la autonomía y la libertad de sus estudiantes. Una educación que transmitiera valores universales para garantizar la convivencia respetuosa y que posteriormente se concentrara en impulsarnos hacia la permanente superación. Luego, que nos enseñara a trabajar en equipo para contribuir juntos al progreso del ser humano y finalmente nos permitiera encontrarle el sentido a nuestras vidas con una mirada holística y conciencia planetaria. Una educación multi-paradigmática, que siguiera la dirección de expansión de conciencia de la humanidad. Una educación que apuntara hacia la libertad, pero que nos demostrara que con cada grado adicional de libertad que alcanzamos, aumenta nuestra responsabilidad. Aunque sé lo que dije, no puedo saber lo que ellos escucharon.
Me gustaría que en esa conversación hubiesen cuestionado algunas de sus certezas y que ahora considerasen la posibilidad de que libertad y responsabilidad sean dos caras de la misma moneda. 

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